miércoles, 30 de enero de 2013

PERSEGUIDA



No sé lo que me ocurre, siempre estoy escuchando esas voces que no me dejan en paz, no puedo pensar, no puedo caminar tranquila, no puedo dormir, no puedo, casi, respirar.  En todo momento están presentes, creo que me dejan solamente cuando río a carcajadas, fuerte para acallarlas…

   Tengo una amiga, una que es joven, tierna, comprensiva.  Me  cuenta que corrió mucho, huyó de su realidad, que después de una fiebre  resultado de un producto no nato, decidió abandonar su vida.  Yo la compadezco, la acaricio, la protejo, intento tocarla pero se desvanece.  Estoy segura que el dolor debió ser inconmensurable y quisiera ser lo suficientemente poderosa para darle la paz que necesita.


   A menudo, cuando intento reconfortarla, viene otra, la de una mujer madura, recia, insensible.  Me dice cosas que no me gustan, tales como “sucia”, “andrajosa”, “vives en la calle” y añade “mejor deberías morir, solamente das lástima”…  Y yo río, río a carcajadas mientras atravieso el puente por el que  pasan los autos, como corceles motorizados.  Por cierto, me gustan los corceles, son lindos y, dicen, muy inteligentes…  ¿Quién se puede dar el lujo de hacer una mansión de ellos?  La mujer me dice que vivo en la calle, eso no es cierto: yo elegí mi casa y es la mejor: mi casa es un corcel.  Solamente me falta ponerle el nombre, es que no se me ocurre cómo llamarlo.  He pensado en mentarlo “Azabache” porque es negro, pero aún no lo decido.
   Como dije antes, me gusta caminar, lo mismo que a mi amiga, la joven.  Correr me cansa un poco, porque he corrido tanto…  Lo que tengo en común con mi amiga es que ambas huimos, ella del dolor y yo, de las voces.
   También hay una niña, una pequeña que me observa con curiosidad, me pregunta muchas cosas que no sé contestar, por ejemplo: “Cómo te llamas?  Por qué  no tienes  ropa?  Acaso no sientes frío?  Por qué te acuestas en el camellón?  No sientes hambre?  Cuándo fue la última vez que comiste?” y  muchas más.  A mí me enfada escuchar tantos cuestionamientos, así que cierro los ojos y de nuevo, río.  Río y pienso que una es como es, yo no siento frío, disfruto del sol del atardecer, cuido a mi corcel, limpio mi casa, camino, camino, camino.
   También hay una anciana, una que me recrimina por lo que hago, me dice que debo regresar, sí, pero no me indica a dónde.  Solamente se la pasa reprochándome, incriminándome, diciéndome que soy mala.  Yo quisiera callarla, entonces, me carcajeo y corro, busco a mi amiga hasta que la encuentro.
   Por las noches, antes de dormir,  miro al cielo, es tan oscuro e inmenso, que quisiera poder volar hacia él… Abro la puerta, me fijo bien que no haya nadie dentro, sólo yo habito mi morada, me acomodo y cierro mis ojos.
   A veces  no me gusta hacerlo, cuando estoy en penumbras y todo a mí alrededor se vuelve silencioso, se presentan  de nuevo, se asoman por las ventanas, me miran con asco y yo siento terror.   Primero, tocan la ventana, después me susurran cosas que no puedo entender y, como saben que intento no escucharlas, suben el tono, penetran a través de los cristales  e invaden mi refugio.  Se transforman, estoy segura, en una plasta que envuelve el techo, las portezuelas, las llantas.  He intentado quitarme los ojos, no quiero verlas; también  he taponeado mis oídos, meto objetos y pongo mis palmas sobre las orejas, pero es en vano. Esas mujeres me odian, me critican, me ordenan cosas que no quiero hacer y mencionan eventos que no quiero escuchar, me muestran imágenes que no quiero ver.
   Tengo que salir, tengo que huir de ellas.  Me atreveré a abrir los ojos?  ¡NO!  No puedo hacerlo, ni abrir los ojos, ni dejar de escucharlas, ni obedecer lo que quieren que haga, ni ver lo que desean que mire…
   Esta tarde es igual que las demás, estoy caminando por el puente.  Voy sintiendo el aire que producen los coches al pasar a mi lado, deambulo con mi amiga, estamos bien, platicando y le aconsejo que busque ayuda, que necesita descansar, ser feliz, dejar atrás el dolor.  De repente, vienen las otras, las tres que me agobian y yo, en un intento por escapar, me arrojo a las patas del corcel. Todo se oscurece… que descanso…