Había una vez una mujer que quiso escribir;
no tenía aspiraciones de llegar a ser famosa, eso no. Escribía por diversión, por entretenimiento,
por gusto. Cada mañana era una
oportunidad de encontrar algo, un hecho, una mirada, un pensamiento, una idea que constituyera el
inicio de la aventura de su imaginación...
Pero un día de diciembre ocurrió un suceso
inesperado por ella, unas palabras que
aniquilaron cualquier intento, que
eliminaron la intención, que extinguieron el
anhelo. Su imaginación, otrora libre e intrépida, se transformó en cenizas…
En vano ha intentado rehacer lo iniciado, ha sido imposible regresar al camino andado durante dos años. María se siente frustrada, impedida, incapacitada para escribir como lo hacía antes, con fluidez,
claridad, ingenio, sarcasmo…
Ahora, vieja y vacía por dentro, solamente
vive la vida mirando pasar hechos
e impresiones, actitudes y anécdotas que, sin duda, llegarán a ser
olvidadas algún día.
María
se siente sola, sin la compañía de su
afición que pasó a la profundidad de su
mente y a la superficie de su dolor.
En vano intenta hacer lo de antes,
le es imposible poseer a los
personajes, ella es la protagonista de una historia que no tiene un final feliz
en la escritura.
A veces piensa que de cualquier manera ella
es fuerte, que puede escribir cuanto le plazca, sin importar lo que digan acerca
de ella, pero hay algo, un impedimento
mayor, más fuerte que su voluntad. Está
herida aún, la humillación vivida se erigió en una muralla altísima, invisible
pero real, intangible pero verdadera.