La pandemia del COVID ha trastornado la vida en el mundo; ayer, Día de las
madres, las familias sufrieron la imposibilidad de unirse para festejar a “las
más grandes de la casa” pero lograron mantener el vínculo afectivo a través de
mensajes, videos o llamadas telefónicas.
En mi caso, esto fue
imposible. A partir de la segunda mitad
del año 2019 sufrí dos tragedias, los sensibles fallecimientos de mi madre y de
mi único hijo.
María Teresa Camarillo, que así se
llamaba mi madre, fue una mujer sana durante 78 años en los que compartió con
todos su fortaleza de carácter y entusiasmo hasta que la diabetes la consumió
en cinco años.
La despedimos con resignación
pues había vivido 83 años y, aunque doloroso, su deceso coincidía con su
edad. No nos extrañó, aunque sé que se
hubiera logrado un tiempo más de vida si
hubiese tenido una atención médica más profesional a la que ella se
resistía.
Este fue el primer Día de las Madres
que estoy huérfana.
Unos meses después y de forma sorpresiva, mi hijo murió. No sé la
razón, pero un día de repente ya no estuviste. El primer sentimiento fue temor, antes y
luego, cuando me enteré, fue rabia como consecuencia del terrible sentimiento
de abandono e impotencia. Quería estar sola,
entender lo ocurrido y tratar de aclarar mis ideas que, creo, golpeaban
ferozmente el interior de mi cabeza.
No sé cómo ha sido desde entonces,
vivo porque respiro, porque sé que debo estar bien pero no me
he convencido aún de ello. A
veces quisiera salir corriendo y perderme, pero no me atrevo.
Miro tus fotografías, recuerdo
momentos, instantes en los que reímos y disfrutamos de cosas insulsas, ambos reíamos por
simplezas.
He deseado ir contigo, pero sé que
aún no es mi tiempo, que yo debo vivir otras experiencias para trascender y
alcanzarte allá, donde está tu alma.
Ayer fue el primer Día de las
madres sin ti. No puedo decir cómo me
sentí porque estuve ausente de lo que significa el día. Ahora soy una madre despojada, ya no estás
aquí pero yo te llevo conmigo. Imagino
qué hubiéramos hecho aquí en el aislamiento ayer, lo que habríamos platicado, reído,
escuchado, preparado… ¡Cuánta diferencia a lo que viví en este mundo sin ti!
Cuando una mujer concibe, cría y
acompaña el desarrollo de sus hijos, el
mérito es de ambos; la madre se convierte en tal en tanto el hijo hace lo suyo
en relación recíproca, ambos son fundamentales en la relación y cuando una
madre se queda sin hijo, hay un vacío enorme, un profundo silencio alrededor,
no se volverán a decir las palabras que nos unían y que hacían referencia a
nuestra infinita relación. Digo infinita
porque aunque no esté presente, lo llevo conmigo, pero en silencio. Su voz calló desde aquél viernes maldito.
A veces trato de imaginar los escenarios con él vivo, suponer qué es lo
que haría ante diferentes circunstancias cotidianas, personales y sociales,
apelo a mi memoria para recrear en mi mente lo que conversaríamos, la manera en
la que me demostraba su amor, su mirada, sus palabras, sus lecturas, sus
inquietudes. “Seguramente ya tendría
otro tema de interés”, pienso con frecuencia y me inunda la curiosidad y no
logro intuir cuál sería.
Emilio ansiaba ser escritor y lo
era, pero no tuvimos la iniciativa para
enviar sus textos a una editorial; tal vez no le alenté para dar el paso.
Recuerdo que me leyó unos cuentos de su autoría, yo me sentí orgullosa
y, afortunadamente, lo expresé.
Solamente me quedé en eso, en decirle que le admiraba.
Desde octubre de 2019 recibo el
apoyo tanatológico. Me ha servido mucho,
ya no lloro tanto, ya no sufro pero el dolor no desaparecerá. Afortunadamente tengo un gran compañero de vida, muchas amistades, sinceras que, al igual que mis hermanos, primos y tíos, me han brindado su tiempo, su escucha y su cariño. Yo lo agradezco infinitamente porque sé que
no estoy sola en mi soledad.
Por eso, madres que aún tienen a sus hijos vivos en
este mundo, les sugiero que los disfruten cada
día, que disfruten con ellos de la simpleza que nos ofrece el tiempo,
que el quehacer diario, la preparación y bebida de un café, la ingestión de
alimentos, el camino a la tienda, al parque, o a cualquier lugar, lo disfruten
cuando vayan con ellos, que experimenten la alegría que nos proporcionan los
hijos por el simple hecho de poder estar con ellos en presencia.