miércoles, 24 de marzo de 2010

COMO DE PELÍCULA DE TERROR O DE GUERRA.


   Así es la realidad en México.  Nuestro país ha experimentado levantamientos armados en busca de su libertad, se hondado enfrentamientos entre bandos que persiguen causas ideológicas distintas.  Ahora, en este momento, la lucha que tenemos es un absurdo y una aberración.  

   Los narcotraficantes están apoderándose de la tranquilidad de los habitantes que no comercian con tóxicos y que no los consumen.  Las personas comunes y corrientes, las que trabajan, son responsables, viven en paz y sin hacer daño a otros de manera insana y cruel, están en un estado de alerta constante.

   Salimos a la calle en la noche y nos enfrentamos no solamente a la oscuridad, sino a los peligros exacerbados: hay ladrones en las calles, también personas intoxicadas que piden o exigen una "cooperación".
   ¿Y el presidente?  ¿Y los "representantes populares"? ¿Y aquéllos a quienes elegimos para que nos dieran seguridad?  Brillan por su ausencia.
   El estado en que viven los habitantes del país es de indefensión, estamos como huérfanos de tranquilidad y seguridad.
    Nunca, en mis cuarenta y cuatro años de vida, había habido este estado de crisis nacional, crisis de dinero, de cultura, de educación, de valores y humana.  Nunca me había sentido tan triste por mi país.
   Si queremos ver de manera positiva lo que ocurre, podemos pensar que México no puede estar peor y que de ahí solamente pueden ocurrir cosas que lo eleven.  Pero con los sujetos que están a cargo de la conducción de la nación, es poco probable.
   Escucho sus discursos, son palabras huecas; los veo sonreír y decir alguna gracejada con tal de ganarse la buena voluntad de las personas, pero es inútil.  Los veo hacer el ridículo cando son sorprendidos cometiendo alguna acción indebida y me apeno.
   Este es el año del bicentenario pero también es el año de la vergüenza.