Su esposa, Mercedes, suele hacer bromas
cuando él, tan fuerte y poderoso, evita
pasar por debajo de una escalera, cuando se aterra si ve deslizarse frente a sí un gato negro o cuando, por coincidencia, hay una mariposa grande y
negra posada en su ventana. “Tan fuerte
y tan miedoso”, le dice su esposa y él
refunfuña.
En su lugar de origen, un poblado del norte del país, hay un calor
impresionante, los abanicos, los
ventiladores, los aires acondicionados están encendidos día y noche; las
personas que tienen en sus casas estos aparatos, evitan salir de ellas. Hay otros que carecen de ellos y entonces van
a los establecimientos que les brindan un ambiente fresco. Eso lo sabe bien Jorge, y por eso, en sus
restaurantes incrementó la eficacia de sus ventiladores, además ofrece a la clientela bebidas
refrescantes y para todos los gustos, hay desde simples limonadas hasta
sofisticadas bebidas preparadas con
mezclas de fruta, licor y hielos.
En uno de esos locales, el ubicado en el
centro de la población, se habían suscitado algunos problemas desde hacia algún
tiempo, uno de sus empleados se portaba déspota con la clientela, sus formas de
respuesta a los parroquianos distaba mucho de ser la ideal en un
establecimiento comercial. Las personas
que iban por primera vez, quedaban con tan mala impresión del lugar, que
preferían ir a otro aunque careciera de
la calidad y la frescura del sitio.
Además, uno de los ventiladores se había averiado y requería de compostura o cambio.
Esta mañana, Jorge se alistó para ir a supervisar
el restaurante del centro, se
afeitó y vistió con una camisa blanca y
ligera, también se puso sus gafas oscuras para evitar que el sol lastimara sus ojos.
--Bueno,
vámonos—dijo a la pequeña Rosario, la
menor de sus hijas que tenía apenas año y medio
de edad..
Rosario lo miró y respondió a sus palabras
extendiéndole los brazos. Él la cargó, hizo unos cariños a la nena, tomó
la pañalera y sus llaves y abordó después
la enorme camioneta que le servía no sólo para transportar a la familia,
sino para llevar las cargas de fruta, verdura, carnes, bebidas y otros
alientos y repartirlos en sus
restaurantes..
Como
es natural, la bebé fue colocada en una silla que yacía en el asiento
trasero y que sirve para que los bebés vayan protegidos.
--Bueno,
querida, vámonos a la escuela—le dijo
mientras abrochaba el cinturón para que
la niña fuera protegida en caso de un accidente. Después, dio un beso en la frente de la
niñita, cerró la portezuela y dio la vuelta a la camioneta.
Abrió la portezuela del conductor, subió en
el vehículo y comenzó a planear lo que haría durante el día:
“Antes que nada, hablaré con Alfonso, es un
encargado poco amable con la clientela y
así, por más calor que haga, no acudirán a refrescarse siquera.
Después veré el estado de los
ventiladores, también tengo que preparar la instalación para el aire
acondicionado, entonces tendré que llamar a un técnico. Espero que no ma salga muy caro, si es así,
tendré que aplazarlo para aprender a hacerlo yo mismo”.
Mientras tanto, la bebé se había quedado
dormida; el calor, la vista de las casas que se iban sucediendo una a una mientras el auto se desplazaba, el movimiento del vehículo, todo se conjuntó para hacder que los ojitos de
Rosario se cerraran. Tal vez soñaba con un lugar fresco, con una
visita al lago como la que tuvieron la semana pasada…
Jorge estacionó su camioneta, iba decidido a hacer todo lo que
había pensado, descendió, cerró la portezuela de un golpe y se alejó apresurado
hacia el local.
Una, dos, cinco, siete horas después de
haber entrado a aquél sitio, salió un hombre desaliñado, agotado por tantas horas de trabao intenso
pues Alfonso, el encargado, había llegado hacía apenas un par de horas. “Me siento molesto, no es justo lo que hace
Poncho, no se vale que se tome horas de descanso. Qué bueno que se irá la próxima semana,
ya veré a quién contrato”.
Se detuvo frente a su camioneta para sacar
sus llaves y, como un relámpago que
ilumina momentáneamente la memoria, le vino a la menta la imagen de
Rosario. “Para acabarla, tengo que ir
por la niña a la guardería”. Introdujo
la llave, giró y abrió la portezuela.
Un grito de horror, palabras ininteligibles salieron de la boca de Jorge porque sentadita
en la silla y con el cinturón se seguridad puesto, estaba su hijita dormida en
un sueño del que jamás despertaría.