Soy
afortunada. Por suerte, tuve unos padres
excepcionales, aunque con los grandes defectos que cualquiera puede tener. Yo, por ejemplo, soy impaciente, me enfurezco rápidamente, pierdo el control pero también soy temerosa, temo a la crítica,
al cuestionamiento, al deterioro físico, pero no hago cosa alguna para
evitarlo.
Mis padres también tienen defectos, pero a
cambio grandes virtudes., Hoy quiero
escribir acerca de mi padre, Carlos Cuevas Paralizábal, hombre cargado de
defectos pero también de grandes y valiosísimas virtudes.
Cuando lo recuerdo, me inflama una sensación de añoranza e
impotencia, aunada a la de un arrepentimiento enorme. Creo que no le dije suficientes veces cuánto
lo quería y admiraba.
Era sabio, cualquier duda o desconocimiento de un tema, sobre todo
del idioma o histórico, él lo sabía y, si no lo recordaba en el instante, sabía
exactamente a qué fuente recurrir para obtenerlo, incluso en qué lugar de la página se encontraba.
Un amigo entrañable, cuando en medio de una
charla en la que no teníamos una respuesta, me
aconsejaba: “Pregúntale a tu papá, que es una enciclopedia”.
Yo quisiera que mi papá, periodista y escritor, pudiese ver este
blog, que se enterara que intento, desde mi ignorancia y bajísimo saber, rendirle un homenaje, por eso intento
escribir novelitas de la vida diaria.
Lo recuerdo cuando niña, que se encerraba en
la habitación en la que estaba su enorme Olivetti, mecánica y el sonido de las
teclas era, creo ahora, como la voz del
tenor. Ahora que yo intento escribir, me
doy cuenta todo lo que implica: compromiso,
convicción, postura, pasión y diversión.
Nunca me había atrevido a escribir y fue gracias a ese amigo entrañable, a su
insistencia, que me decidí.
Imaginar,
indignarme o semiotizar mis experiencias
reales y subjetivas, crear personalidades diferentes a la propia, eso es
lo que hacía mi papá diario, cuando a partir de una noticia creaba un ambiente
para intentar explicar los hechos en sus textos denominados La
Novela Diaria de la Vida Real.
Ahora yo intento imitarlo.
De verdad, quisiera tener la certeza de que
él puede enterarse, que puede saber cuánto lo quiero y que lo que escribo es,
además de que me apasiona, un pequeñísimo tributo a su recuerdo.