miércoles, 7 de abril de 2010

UN CASO DE FILICIDIO.

 La familia de Aurora estaba conformada por sus papás y un pequeño hermano, de 3 años.  Aurora se sentía muy feliz porque a su corta edad no alcanzaba a dimensionar el problema que padecía el pequeño Fernando: había nacido con el Síndrome de Edwards, que se caracteriza, en lo físico, por una apariencia poco convencional, sus orejas estaban más bajas y su apariencia era la de un duendecillo, incrementado por una deficiencia mental.
   Los padres reñían constantemente, pero lo hacían alejados de sus vástagos.  El motivo, cualquier cosa, porque lo que subyacía en las disputas era un reproche velado, un sentimiento de insatisfacción y una culpa que se adjudicaban a sí mismos y al otro.
   Aurora, que tenía 8 años, cursaba el 3o. grado  en una escuela primaria privada, cosa que le provocaba orgullo cuando jugaba con sus amigos pues eso hecho denotaba  mayor poder adquisitivo.  Ocasionalmente, Aurora invitaba a jugar a Fernanda, porque ella se aburría ante la torpeza de los movimientos y la falta de comprensión de instrucciones, además de la salivación excesiva que secretaba la boca de su hermano.
   Un día de primavera, cuando los días son más largos, las aves trinan y las plantas florecen, Aurora salió a jugar con sus amigos, todos corrían llenos de energía y se escondían unos de otros.  
   Mientras, su padre llegó a la casa y observó a su mujer que, desaliñada, regañaba a Fernando por haber tirado la comida.  Juan, el padre, saludó y guardó silencio, no haría un pleito frente al niño.  Platicaron acerca de la mañana de trabajo, lo rutinario de la vida laboral, lo frío del trato con los demás, cuando, de repente, recordó que estaban invitados a una reunión con los compañeros del trabajo.
--Hace tiempo que no salimos a ningún lado, somos como ostras--dijo--Creo que deberíamos ir.
--Como quieras--contestó Lorena-- solamente que no sé qué es lo que vamos a hacer con Fernando...agregó mientras lanzaba una mirada al menor que jugueteabo con los restos de la comida.
--Pues lo llevamos y ya.  Solamente debeos estar muy atentos para que no se vaya a lastimar--replicó Juan.
   Cuando llegó el día de la reunión, ambos se levantaron muy temprano, ordenaron la casa e iniciaron con la preparación de la ropa y los accesorios para cada uno de los integrantes de la familia.  Juan, de mezclilla, lucía "casual", Lorena vestía un vestido vaporoso con el que se sentía a gusto, al tiempo que se veía atrevida; Aurora llevaría un coordinado con pantalón pescador para que pudiese brincar, correr y esconderse a su antojo y, por último, Fernando llevaba un pantalón de mezclilla y una playerita de color naranja y una cachucha del mismo color.
   Una vez en la reunión, todos se quedaron asombrados: era una casa grande, la estancia estaba adornada con jarrones y ranas de todos tamaños y de diferentes materiales, un jardín extenso, como de 100metros cuadrados, en los que corrían y gritaban varios niños, hijos de los compañeros.  De inmediato, Aurora se sumó al ir y venir de los demás infantes.
   Los compañeros y sus parejas, todos, se arremolinaron en el patio, frente al asador, para preparar primero, y comer después, unas deliciosas carnes asadas c.
   Lorena no se lograba integrar en las pláticas, pues debía estar al pendiente de Fernando, quien jugaba con una pelota.  Cuando se tocó el tema de la moda, Lorena, que se preciaba de ser conocedora del tema, robó la palabra y las demás mujeres la escuchaban con toda atención, le hacían preguntas, comentarios o asentían lo expresado por ella.
   De repente, recordó la causa por la que había abandonado el trabajo y su vida social: Fernando.  Se levantó súbitamente y se dirigió al lugar donde lo había dejado ahí estaba él, en medio de pedazos de cristalería, de cerámica y de porcelana.
--¿Qué hiciste, Fernando?--gritó.
--Ra-na, ra-na--respondió el niño que, increíblemente, estaba ileso.
   Ella se apresuró a recoger los pedazos de vidrio y cerámica, y sintió como si encada uno de ellos, recogiera pedazos de su corazón y su alegría para después tirar todo, vidrio y alegría, a la basura.
   Los amigos de la familia dijeron que no tanía importancia y que, además, las ranas ya les habían fastidiado, que incluso, habían pensado en renovar los adornos que, por cierto, serían búhos.  Los señores continuaron sintiéndose incómodos y decidieron que sería mejor irse.
   No hubo una palabra en el trayecto de regreso.  Silencio.  Solamente se escuchaba a Aurora preguntar la causa por la que habían regresado, si ya se había solucionado el accidente y los dueños habían afirmado que no había problema; también se escuchaba la voz de Fernando que exigía que le cambiasen la playera porque estaba mojada.
   Ingresaron en la casa, modesta y sin artefactos que pudiesen constituir algún peligro para el niño.  Lorena indicó a Aurora que debía descansar puesto que al día siguiente iría a la escuela.  Levantó en brazos a Fernando y lo llevó a otra habitación, le cambió la playera y le dio un beso.
   Ya en el comedor, intentando relajarse y comentar con su esposo acerca de la experiencia social del día, se enfrentó a un gesto de reproche.
--¿Cómo es posible que hayas dejado a Fernando solo?  ¿Qué tenías que hacer con todas esas mujeres?  ¿Caso no es tu hijo?  Perra.
--Mira, Juan, es tan mío como tuyo y si a esas vamos, era más tu obligación porque el niño es hombre.
--A mí no me vengas con ideas sexistas, idiota.
--Si el niño está como está es por tu culpa, borracho--gritó la mujer al tiempo que abandonaba el comedor.
   Lorena, con la mente alterada, sintiendo que la frustración, el coraje, la indignación, el rencor, el odio, la compasión, la piedad y muchos sentimientos más, se sintió confundida y se dirigió a la recámara donde yacía Fernando, que dormía y tal vez soñaba con las  ranas que había visto y manipulado durante la tarde.
   Lo miró, sintió que le hervía la sangre, tomó una almohada y la puso sobre la cara del niño y se sentó sobre su cuerpecito.  Silencio.  Así permaneció alrededor de 30 minutos, pensando acerca de su infortunio, de lo que habría sido su vida sin el menor y se dijo:
--Aún es tiempo.
   Al día siguiente, Juan se levantó para ir a trabajar y encontró a su mujer, Lorena, arreglada como para salir.
--¿A dónde vas?
--¿A buscar trabajo?..respondió Lorena.
--¿y FERNANDO?
--Ya no está aquí.
   Juan, sospechando algo terrible, se dirigió a la recámara del menor y ahí lo vio, tendido, como si durmiera.  Lo abrazó y se percató de que el cuerpo estaba frío.  Entonces, salió de la habitación y gritó:
--Loca, loca, loca asesina.
   Los policías llegaron y aprehendieron a la mujer.  
   Juan y Aurora, padre e hija, viven ahora con los padres de él.
Nota.  Cualquier parecido con la realidad es mera casualidad.