miércoles, 4 de agosto de 2010

REHABILITACIÓN.




Cecilia recordaba el tiempo en que quedó discapacitada, había sido todo un sueño amargo, pero ella lo calificaba como agridulce, pues tenía la fortuna de poder desplazarse, pensar, comunicarse y reiniciar sin tomar en cuenta lo pasado a excepción de lo que le había sido de provecho; tenía la oportunidad de mejorar en los roles que había desempeñado en forma superflua, sin plena conciencia de lo que hacía.
   Recordó que el ingreso a la escuela de ciegos y débiles visuales fue un triunfo, pues los requerimientos eran muchos y las visitas a la escuela eran constantes pues cada vez había que tramitar algo diferente.  
   Cuando por fin logró ser considerada como alumna, inició una experiencia totalmente diferente en la que ella nunca había pensado.  Nunca se había detenido a pensar en las personas que carecen de algún sentido o función.
   Ubicada en el Centro Histórico del D.F., en un antiguo templo católico, la escuela era amplia, tenía dos escaleras a las que los alumnos identificaban como "las escaleras rugosas" y "las escaleras lisas".
   Para ella, joven y entusiasta, el manejo del bastón le parecía un juego, se sentía feliz y se aventuraba a realizar nuevas actividades, siempre retando su habilidad.
   Recordaba también a sus amigos, Constancio, Hilaria, Primitivo, Georgina, Julia.
   Cecilia recordaba y mientras lo hacía, pensaba que además de haber aprendido lo más importante para su rehabilitación había conocido el humor de los ciegos, que cada vez que era necesario, se burlaban de sí mismos y de su situación.  Eso, creía, había sido punto de partida para su compensación positiva.