La muchacha,
oriunda del estado de Hidalgo, vino a la ciudad de México a trabajar pues en su
lugar de origen las carencias son enormes. Cuando cumplió los quince
años, a diferencia de las niñas cuyas familias son de un nivel económico mayor
y disfrutan de una fiesta, su padre le dijo:
--Rutilia, ya tienes edad
para ir a la ciudad y buscar un trabajo.
--Pero me da miedo, papá.
No conozco el lugar y no sé qué hacer contestó con voz entrecortada por
el miedo.
--Tú eres la mayor, tienes
tres hermanos chicos y tu madre está enferma. Yo gano muy poco y no puedo
mantenerlos a todos.
Genoveva, la
madre de Rutilia, acostada en el camastro, asintió. Tenía un dolor muy
fuerte en las piernas, estaban hinchadas y amoratadas, la circulación era cada
vez peor y aunque tomaba tés medicinales, no era suficiente para aplacar el
malestar y permitirle realizar las actividades propias de la casa, por ello
Rutilia había tomado bajo su responsabilidad la crianza de sus hermanos y el
cuidado del papá.
Está bien asintió ella.
Cuando llegó a
la ciudad, se sintió extraviada, no atinaba hacia dónde dirigirse para buscar
quién la podía emplear. Llegó a una colonia clase media, en la que las
mujeres son empleadas de diferentes tipos de empresas e instituciones y, por
tanto, requieren de la presencia y el trabajo doméstico.
Con inseguridad,
llegó a una casa y tocó el timbre:
--¿Quién es?--dijo una voz desde
el interior.
--Busco trabajo, necesita
alguien que le ayude
--Ahora no, muchacha.
Así pasó la
tarde, tocando puertas.
Cuando llegó la
noche, Rutilia estaba agotada de caminar, sedienta por falta de líquido,
hambrienta y desesperanzada. Se sentó en una banqueta para pensar qué
haría cuando llegó a ella una mujer madura que, despeinada y cargando una bolsa
de plástico con comida, le preguntó:
--Qué haces, muchacha?
--Busco trabajo, pero no
encontré.
--Mira, yo vengo de trabajar
en una casa. Si quieres, te llevo con una vecina de donde trabajo y ahí
vemos.
--¿De veras?--contestó
sorprendida y agradecida.
--Sí, ven.
Rutilia se
levantó de un salto, su desilusión había desaparecido y fue con la mujer, quien
le dijo en el camino que su nombre era Petra y que llevaba varios años de
trabajo en la casa en la que hacía su labor doméstica y que nunca había tenido
problemas con los patrones.
--Qué suerte--dijo Rutilia
con entusiasmo--Ahora podré mandarle a mi papá el próximo domingo.
Historias como esta ocurren
en la ciudad de México por la falta de apoyos al campo, por la inexistencia de políticas
poblacionales que frenen a la explosión demográfica, por la escasez de
oportunidades para los jóvenes y por la falta de escuelas.