miércoles, 4 de agosto de 2010

RUTILIA


La muchacha, oriunda del estado de Hidalgo, vino a la ciudad de México a trabajar pues en su lugar de origen las carencias son enormes.  Cuando cumplió los quince años, a diferencia de las niñas cuyas familias son de un nivel económico mayor y disfrutan de una fiesta, su padre le dijo:
--Rutilia, ya tienes edad para ir a la ciudad y buscar un trabajo. 
--Pero me da miedo, papá.  No conozco el lugar y no sé qué hacer contestó con voz entrecortada por el miedo.
--Tú eres la mayor, tienes tres hermanos chicos y tu madre está enferma.  Yo gano muy poco y no puedo mantenerlos a todos.
   Genoveva, la madre de Rutilia, acostada en el camastro, asintió.  Tenía un dolor muy fuerte en las piernas, estaban hinchadas y amoratadas, la circulación era cada vez peor y aunque tomaba tés medicinales, no era suficiente para aplacar el malestar y permitirle realizar las actividades propias de la casa, por ello Rutilia había tomado bajo su responsabilidad la crianza de sus hermanos y el cuidado del papá.
Está bien asintió ella.
   Cuando llegó a la ciudad, se sintió extraviada, no atinaba hacia dónde dirigirse para buscar quién la podía emplear.  Llegó a una colonia clase media, en la que las mujeres son empleadas de diferentes tipos de empresas e instituciones y, por tanto, requieren de la presencia y el trabajo doméstico.
   Con inseguridad, llegó a una casa y tocó el timbre:
--¿Quién es?--dijo una voz desde el interior.
--Busco trabajo, necesita alguien que le ayude
--Ahora no, muchacha.
   Así pasó la tarde, tocando puertas.
   Cuando llegó la noche, Rutilia estaba agotada de caminar, sedienta por falta de líquido, hambrienta y desesperanzada.  Se sentó en una banqueta para pensar qué haría cuando llegó a ella una mujer madura que, despeinada y cargando una bolsa de plástico con comida, le preguntó:
--Qué haces, muchacha?
--Busco trabajo, pero no encontré.
--Mira, yo vengo de trabajar en una casa.  Si quieres, te llevo con una vecina de donde trabajo y ahí vemos.
--¿De veras?--contestó sorprendida y agradecida.
--Sí, ven.
   Rutilia se levantó de un salto, su desilusión había desaparecido y fue con la mujer, quien le dijo en el camino que su nombre era Petra y que llevaba varios años de trabajo en la casa en la que hacía su labor doméstica y que nunca había tenido problemas con los patrones.
--Qué suerte--dijo Rutilia con entusiasmo--Ahora podré mandarle a mi papá el próximo domingo.
Historias como esta ocurren en la ciudad de México por la falta de apoyos al campo, por la inexistencia de políticas poblacionales que frenen a la explosión demográfica, por la escasez de oportunidades para los jóvenes y por la falta de escuelas.