Desde hace ya algunos años, muchos “intelectuales” mexicanos se han
dado a la tarea de desacreditar o minimizar el legado de los héroes. La moda de desmitificación se produjo por
primera vez, según recuerdo, en los años 80, con la publicación del libro
titulado El martirio de Morelos.
Muchas consejas o rumores se
han formado alrededor de estos seres emblemáticos que, de una forma valerosa y
muy poco común, dieron su vida por sus ideales.
Tal es el caso de los llamados
Niños Héroes de Chapultepec. Recuerdo
que hace ya una década discutí
“acaloradamente” con un compañero de trabajo, quien afirmó que “los
Niños Héroes no existieron, son un invento del sistema. Además, estaban borrachos”.
Entre las cosas que argumenté,
creo que una fue contundente: al negar la exiswtencia de los héroes, negamos
los hechos de la historia, entonces, no hubo una invasión estadunidense”.
Recuerdo que regresé a casa
muy molesta, comenté lo sucedido a mi padre quien, después de escuchar
pacientemente, se levantó de su sillón y se dirigió al librero, de ahí tomó un
libro, creo que de Heriberto Frías y me dijo:
--No hagas caso, son personas que se dejan llevar por los rumores y lo
más cómodo es ignorar lo que pasó. Mira,
te voy a leer una carta escrita por uno de los coroneles invasores acerca del
hecho.
Entonces, me leyó un texto
emotivo, en el que el invasor describe la crueldad con que masacraron a los
adolescentes y la valentía que ellos mostraron para defender el Castillo de
Chapultepec. Después me dijo:
--Toma, sácale unas copias y llévaselas a tus compañeros para que las
lean y aprendan.
Así lo hice, pero no le
entregué el juego de copias al compañero insensible, pues pensé que sería
pérdida de tiempo porque, como dijo mi papá, lo más cómodo es negar aquello que
ignoramos porque de lo contrario, nos sentimos obligados a reconocer el valor
de otros y lo poco que hacemos por la humanidad.