jueves, 3 de marzo de 2011

TENGO DERECHO A REHACER MI VIDA

En la sala, sentadas en el sillón, conversaban Amalia y su hija Yadira:
--Ten cuidado, hija.  Ya tuviste un fracaso y has tenido varias parejas desde que dejaste a aquel hombre.  Piénsalo, tienes dos hijos y  la chiquita está enferma…
--Ya lo sé, mamá.  Creo que esta es mi oportunidad, quiero intentarlo de nuevo.  Estoy segura de que con Gregorio me irá bien, me ofrece ir a su casa y mantenerme.
--Bueno, pero ¿qué pasará con los niños?
--Ellos no  irán, te los dejo.
--¡Cómo¡  ¿Acaso piensas que ellos no sienten?  ¡Qué les responderé cuando me pregunten por qué no estás aquí con ellos?
--Ya les dirás cualquier cosa, vendré a verlos con frecuencia.
    Al tiempo que se daba el intercambio de ideas entre las mujeres, los niños Aníbal y Jennifer jugaban  en la misma habitación que ocupaban la mamá y la abuela.  Ambas observaron a los niños, la madre, con tristeza e ilusión –qué contradicción—y la abuela, con infinita piedad.  Así permanecieron algunos  minutos, sin decir palabra, pero en el interior de ambas mujeres, las ideas se agolpaban, una tras otra, hasta hacer casi estallar su cerebro.  Cada una de ellas con pensamientos contrarios, hasta que Yadira rompió el silencio:
--Bueno, ya es hora.  Gregorio viene por mí…ah, otra cosa, antes de irme, estoy embarazada.  Adiós.
                                                                           Tomada de http://www.bebesymas.com
  
Yadira no volteó hacia su madre, tomó su suéter y una bolsa en la que cabían sus cosas más preciadas: un par de zapatos, dos chamarras, dos pantalones y algunas blusas.  Lo demás lo dejó porque no le necesitaba, incluyendo a sus hijos.
      Aníbal dejó de jugar, observó a su madre que se alejaba de la casa en compañía de un hombre, quedó unos momentos paralizado, pero después volvió a su juego.  Jennifer, por su parte, no había perdido detalle de lo expresado por su mamá antes de salir,  no entendió eso de estar embarazada, nunca antes había escuchado esa palabra, así que se acercó a su abuela y tras rodearla por el cuello con sus manecitas  entrelazadas debajo de la nuca de Amalia, le preguntó:
--¿Qué tiene mi mamá?  ¿Se curará de estar embarazada?
   Amalia respondió al abrazo de la niña,  como deseando protegerla de todo el mundo, y le contestó:
--Sí, mi niña, se curará, pero para eso debe estar lejos de aquí.