sábado, 28 de mayo de 2011

Un día como tantos…

Guadalupe se sentía enferma, tenía mucho sueño y por un agotamiento que no comprendía.  Se sentó, respiró profundo y   ojos, para intentar determinar qué de todas sus  actividades cotidianas le había resultado más pesada que de costumbre: “A ver, hoy me levanté, preparé el baño para Pancho,  le hice el desayuno y el almuerzo para que se lo llevara; después,  salí a lavar la ropa, porque hoy es el día que puedo utilizar el lavadero, la tendí y bajé de nuevo al cuarto.  Mis hijos aún dormían y les dejé que siguieran así porque estaba muy cansada…”
   De repente, la voz de Marco, el mayor de sus hijos, la distrajo:
--Mamá, dónde está el control del estéreo?  Quiero poner música y no lo encuentro.
--Ay, Marco.  Por favor, ahora no, tengo pesadez en la cabeza, me siento muy mal.
--Pero, mamá, déjame escuchar solamente un poco.  Además, a ti también te gusta escucharla.
--Sí, pero ahora no—dijo Guadalupe mientras  se recostaba en el camastro.
--Bueno, entonces, qué vamos a desayunar?
--Busca en el refrigerador, debe haber algo.  Pero ahora, déjenme descansar.
--Bueno.


  Guadalupe continuó con el malestar.  Además del agotamiento, la pesadez en la cabeza,  experimentaba un cosquilleo en el cuerpo, sobre todo en la lengua.  “Tengo que ir al doctor.  No puedo seguir así porque, aunque mi vida sea fea y llena de miseria y problemas, mis hijos me necesitan.   Sobre todo Marco”.
   Se levantó y con desgano,  peinó su cabello, limpió su cara y se puso un suéter.  Al llegar al consultorio del médico la auscultó y dijo:
--Señora, necesitamos que se le practiquen unos análisis de sangre y orina.  Debemos determinar qué es lo que padece, pero todo indica que es diabetes.
--¿Diabetes?— PREGUNTÓ CON TEMOR Guadalupe—Mi papá está enfermo de diabetes y debe tener muchos cuidados, sobre todo en su alimentación.  ¿Cómo haré yo para poder mantener una alimentación tan estricta?
    Pasaron unos meses, Guadalupe había ya logrado adaptarse a la nueva forma de vida: evitar los problemas  con sus vecinos, con su esposo  demás familiares, las preocupaciones y dejado de ingerir alimentos ricos en harina, grasas y azúcares.  
  Un domingo por la mañana, Pancho dijo:
--Voy a ver a mi mamá.  Allá me quedo a comer—y dirigiendo la vista hacia sus hijos les preguntó: ¡alguien quiere ir conmigo!
 Los niños se rehusaron,  no deseaban cometer un acto de traición hacia su madre; Lupe había  vivido varios episodios violentos con la familia de su esposo y, hacía varios años, no establecía contacto alguno con la familia de  Pancho.
 Más tarde, Lupe y sus hijos fueron a pasear por un parque cercano, caminaron, comieron paletas de hielo y jugaron.
Al llegar la noche, los tres entraron en el cuarto, se alistaron para dormir y se acostaron, cada uno en las camas que tenían asignadas: la litera para los niños y Lupe en la camita individual.
Dieron las 11:00, las 12:00 y Pancho no aparecía.  A las 12:35 se abrió la puerta, entró una figura delgada y baja,  se acercó tambaleante la cama donde estaba Lupe semidormida y comenzaron los gritos:
--Órale, triste vieja.  Por tu culpa, casi me agarro a trancazos con i hermano.
   Lupe abrió los ojos sobresaltada, pero de inmediato pensó “No debo, no debo enojarme caer ella provocación”
--Qué no me oyes?  Te estoy diciendo que solamente me causas problemas con mi familia.
 Lupe cerró los ojos, los apretó y fingió dormir.  Los niños escuchaban y gritaban:
--Papá, ya duérmete.  No ves que vienes borracho?
--Ustedes no se metan, cállense.
   Pancho extendió el brazo y agarró fuertemente el cabello de Lupe:
--Órale, hija de…, levántate porque te voy a dar.
   Lupe gritó de dolor, y llorando dijo:
--Déjame en paz, no me molestes.   Qué no ves que estoy diabética?
--Sí, maldita, pero ahora mismo se me van de la casa, tú y tus infelices hijos.

   José se abalanzó sobre su padre, intentando proteger a su mamá, pero fue imposible porque el muchacho, discapacitado, no tiene la fuerza ni el equilibrio ni la coordinación que su padre ebrio.
Entonces,  como pudo, gritó a un vecino:
--Vecino, por favor, ayúdenos.
En ese momento, una patrulla pasaba por el frente de la casa donde  rentan un cuarto, se detuvo la sirena y bajaron dos uniformados:
--Qué tanto pasa ahí?—dijo uno de los vigilantes.
--Señor—dijo José—es mi papá, quiere pegarnos.
--Señor, lo remitiremos  a la  Delegación.  No debe ser violento.
--Pero por favor, no me lleven—dijo Pancho.  Tras una negociación, el individuo quedó en su casa.
Al día siguiente, lunes, llegaron a la escuela como de costumbre.  José, sin embargo, tenía una idea fija, que lo acosaba y le impedía prestar atención a las indicaciones de la maestra.
--José, ¿por qué no te puedes concentrar?
--Maestra, es que pasó algo muy feo.   Mi papá nos corrió de  la casa y se puso muy loco—respondió el muchacho con una expresión de preocupación y desencanto.
--A ver, José, hay problemas que son de los grandes y tú no puedes hacer nada para resolverlos.
--Sí, maestra, pero yo quisiera que usted hablara con mi papá.  Por favor, dígale que no se ponga así.

   La maestra quedó pensativa, preocupada por el muchacho que había logrado algunos avances cognitivos y conductuales.  Recordó que hacía varios años que conocía a José, a Lupe y Gema, la hermanita de José
--Está bien, José.  Te daré  un citatorio para mañana mismo.
--Sí, gracias.  Pero por favor, cuando venga mi papá, me llama para ver si le da vergüenza.
La maestra no respondió, pues  tenía la firme convicción que los problemas a adultos, se arreglan entre adultos y que para proteger la integridad emocional del niño, que estaba ya muy deteriorada,  debería preservarlo de cualquier  comentario o confrontación.