Perros y gatos
Periodista, columnista del periódico El Universal y analista político. Formado periodísticamente en El País de Madrid, España. Fundó y dirigió el periódico Siglo 21, de Guadalajara en 1991. A partir de junio del 2000 funda y dirige EL DESPERTADOR, una empresa que publica, entre otras, a la revista DIA SIETE una publicación dominical que circula en varios diarios del país, con 300 000 ejemplares semanales verificados, y la revista ENERGIA HOY, especializada en negocios.
Escrito por Jorge Zepeda Patterson
Tampoco los perros. El llamado mejor amigo del hombre, despliega todos los días sin importar estaciones del año ni fines de semana, su acostumbrada andanada de señales, gestos y muestras de afecto para conseguir de su mecenas alimentos, salidas a la calle y caricias. Para muchas personas el amor incondicional de su perro es la única fuente de autoestima para seguir porfiando en la vida. Y si no lo cree, dese una vuelta algún fin de semana por el Parque México, en La Condesa capitalina, que se ha convertido en santuario de un renovado culto al amor canino.
Alguna vez oí que si algún ser de otro planeta aterrizara en un parque de éstos en su primera visita concluiría que el perro es el ser supremo de nuestra sociedad, luego de constatar la manera en que los animales de dos patas recogen las heces que van tirando los animales de cuatro patas, que son escoltados durante su paseo.
Nada de lo anterior es de alguna novedad para usted si ha convivido entre perros. Hasta hace muy poco no era mi caso. Alguna mordida canina en la primera infancia me condenó durante años a transpirar en presencia de perros grandes e incluso a cruzar la calle para evitar un encuentro inquietante. Pero hace dos años, me comprometí a regalar un par de cachorros. Las circunstancias me obligaron a quedarme con los dichosas mascotas varios días. Luna y Kali, las dos cachorras, me mostraron que una vida de perros no es una mala vida.
El perro es un animal que ha convertido la domesticación por el ser humano en un arte. De ser un animal de presa se transformó en un animal que complace al que proporciona la presa. De allí que sea la única mascota que basa su existencia en leer los gestos (y literalmente ver a los ojos) de su amo. De tales gestos deriva su sobrevivencia. Los perros son cortesanos por excelencia, un producto muy logrado de la adaptación de las especies.
En cambio nunca he comprendido la pasión que inspiran los gatos, con todo respeto para Carlos Monsiváis, que los amaba. Para empezar, me resulta incomprensible que se diga que fulano es “gato” de sutano porque le sirve incondicionalmente: los gatos son los animales menos serviciales que pueda haber. Pareciera que su única función es ejercer como objetos decorativos con capacidad de movimiento.
En buena medida los amantes de los perros y los amantes de los gatos (cat-people y dog-people, dicen los anglosajones) son familias irreconciliables. Como los filo Blackberrys y los filo Iphones. Quieres a uno o a otro, pero no a ambos. Te puedes pasar dos horas tratando de convencer a un miembro de la otra especie sobre las bondades de un iphone, pero encontraras oídos sordos si se trata de un verdadero militante de Blackberry.
Supongo que los amantes de los gatos son personas que prefieren vínculos emotivos limitados. A diferencia de los perros, cuyos afectos resultan atosigantes para algunas personas, los gatos garantizan un desapego que raya en el desprecio. Con los perros hay una especie de intercambio tácito de favores. Yo te alimento, tu mueves la cola y me acompañas. Los gatos, por el contrario, simplemente esperan ser servidos sin dar mayor retribución que dejarse acariciar cuando les viene en gana.
En ese tenor, los políticos son como nuestros perros, con perdón de Luna y Kali: los votantes creemos que llevamos la correa y que somos sus amos, cuando en realidad les damos de comer y vamos detrás de ellos recogiendo sus deshechos.
www.jorgezepeda.net
Twitter: @jorgezepedap