Hoy recibí el correo de una amiga en el que
me recomienda leer un artículo acerca del acoso del que son víctimas los
maestros por parte de los alumnos. Debo
aceptar que no soy lo suficientemente hábil para encontrar los textos
recomendados, así que entré a la página de la revista Díasiete; la fecha de la publicación es del 8 de agosto
de 2011.
Leí un artículo de opinión titulado “Perros
y gatos”, que me pareció simpático e interesante, pero no concuerdo con el
articulista debido a que tengo en gran estima a esas dos especies. Reflexioné acerca del contenido y me asaltó
una duda enorme: ¿Por qué las personas
utilizan especies animales para referirse peyorativamente o calificar a otros?
Por ejemplo, cuando hay alguien que es corrupto o “transa”,
se dice que es rata.
A los sucios y
desordenados, se les dice cochinos, marranos o cerdos.
A los que son
torpes, se les denomina burros.
A las mujeres
coquetas en extremo se les dice zorras.
A los que son
malos, se les dice perros.
A los que son
intrigosos y conflictivos, se les llama víboras o áspides.
A los
valientes, se dice que son como leones.
A las personas obesas se les dice que parecen ballenas; a las delgadas, graciosas y dinámicas, gacelas. De aquéllos que duermen mucho, se dice que duermen como un lirón.
A las personas obesas se les dice que parecen ballenas; a las delgadas, graciosas y dinámicas, gacelas. De aquéllos que duermen mucho, se dice que duermen como un lirón.
La gran diferencia entre esos animales y las
personas consiste en que ellos efectúan
las acciones que calificamos como admirables o deleznables por instinto, por
necesidad de supervivencia y no por decisión propia, es decir, el ser humano posee la capacidad de razonar,
anticipar, prever y planear sus actos que no son por supervivencia, sino por
lograr poder, supremacía, dominio o
convicción.