viernes, 8 de febrero de 2013

Emigdio


  Emigdio, joven padre de dos niños, buscaba trabajo; había recorrido varias calles, tocaba los timbres de los portones de las escuelas de nivel medio para conseguir el empleo de docente al que, según el grado de licenciado que había obtenido con mención honorífica, le correspondía.
   Durante los cinco años de estudios de licenciatura se había esmerado, había conseguido dominar  varios conocimientos de lo vasto de su carrera, había transcurrido el tiempo de estudiante  en medio de felicitaciones, rivalidades, confrontaciones intelectuales y, en fin, todas las emociones que puede experimentar un estudiante aplicado a su vocación.

                          Tomado de http://josemarco.blogia.com

Después de meses de búsqueda, como si estuviera tras un tesoro valioso, le respondieron afirmativamente, lo emplearían en una preparatoria privada, con poco prestigio y con un salario apenas aceptable.  Lo pensó mucho, porque le había costado esfuerzo estudiar pero, reflexionó, sería el primero de muchos trabajos que obtendría.
   Al día siguiente, muy temprano, se alistó.  Antes de salir de su hogar, se despidió dela familia, su esposa y sus hijitos le dijeron adiós.  Emigdio sentía una emoción diferente, era el paso de la vida estudiantil a la laboral, esa comenzaría  al día siguiente de la firma del contrato…
    Al llegar al Plantel, se encontró con una serie de profesores, todos ellos mayores que Emigdio.  Saludó y preguntó por la Mtra. Gómez, que era la coordinadora  y responsable de los recursos  humanos de aquel lugar.
--Buenos días, profesora.  Soy Emigdio Cisneros, vengo a firmar el contrato para dar clases.
   La mujer levantó la vista, sonrió y se presentó con el joven aspirante a profesor.
--Buenos días, profesor.  Soy la coordinadora del Plantel y le doy la bienvenida.  Usted dará la clase del Profra. López, quien se tuvo que retirar.
   Acto seguido, abrió el cajón de un escritorio y sacó de él una carpeta.
--Aquí están los datos de los grupos y los alumnos a los que usted atenderá.  También está el Plan de estudios  de los dos grados en los que impartirá su clase.  Revíselos y comenzará el próximo lunes.
--Muy bien, profesora Gómez.  Solamente una pregunta: ¿Debo venir de saco y corbata?
--No, profesor, no es necesario.  Venga usted vestido  como acostumbra.
--Bueno, entonces… nos veremos el lunes.

   Al llegar a su casa, Emigdio estaba eufórico, transmitía felicidad y belleza todo cuanto veía, se expresaba con entusiasmo mientras revisaba el Plan de estudios.  Hubo algo que llamó su atención y fue en el reporte de trabajo del profesor López: “? Por qué tantos repasos?  ¿Cuál es la razón por la que no se han visto los  temas signados en el Plan de estudios?”.
   Al fin y al cabo, Emigdio tenía dos días para planear su trabajo, dosificar los temas no vistos y alcanzar a ver todo lo que hacía falta.  Con calendario en mano, hizo las cuentas de las clases que impartiría en el semestre, dos por semana; repartió los temas no vistos y los que el plan marcaba para el resto del semestre, los distribuyó de acuerdo a la importancia con una o dos clases.  Revisó las calificaciones dejadas por el profesor López, se percató que el aprovechamiento delos estudiantes era pobre y pensó en estrategias que apoyaran a los alumnos a resolver su atraso escolar.  Los pensó como jóvenes ávidos de conocimientos.
   El domingo por la noche, Emigdio comentó a su esposa:
--Mañana será el gran día.  Estoy realmente ansioso de que llegue el momento, poder  ayudar, transmitir, compartir, orientar  vocaciones.  Gracias por apoyarme en esta aventura que, como ya sabes, es temporal.  Solamente mientras consiga ingresar a una Maestría.
   Ella sonrió emocionada, se sentía parte de él y, como ambos eran uno solo, le dio un beso amoroso y durmieron.
   El lunes temprano, salió Emigdio rumbo a su primer día de trabajo,  llegó al Plantel y caminó hasta el salón en el que había alrededor de 50 adolescentes, todos ellos se veían muy parecidos porque tenían el corte de cabello que se estila ahora, el de los reguetoneros.  Emigdio se sintió agobiado: “¡Todos se ven tan iguales,  como si los hubieran producido en serie!”, pensó.
   Dio unos pasos, saludó a los  jóvenes que ya lo habían visto.  No escucharon, estaban  sordos, no escuchaban más que  a su interlocutor más próximo que, por supuesto, no era él.
   Intentó varias veces poner orden en el grupo.  Primero, recorriendo el salón, caminando entre las bancas, hablando quedo.  Nada resultó.  Por último, escribió su nombre en el pizarrón y  la materia que  impartiría:
                                      Profr. Emigdio Cisneros,
                                       Materia:  Historia.
   Una joven solamente escuchó con atención las palabras de Emigdio, era Rosa María.  Emigdio la ubicó de inmediato: “Es la única que tiene 100 ellas calificaciones que dejó el otro maestro”.
     En los demás grupos, Emigdio se encontró con la misma clase de alumnos:  muchachos irreflexivos, retadores, ignorantes de la finalidad de la escuela.
    El último grupo al que entró Emigdio era el 604, en él había un muchacho que llamó su atención por lo desfasado en edad, tenía 22 años; su nombre era Justin.
--¿Puedo pedirle un favor, joven?
   Justin, que estaba entusiasmado platicando  con su novia acerca de la fiesta del fin de semana, volteó hacia el profesor, lo miró y le dijo:
--No.
   Emigdio sintió que la sangre se le agolpaba en la cabeza, respiró hondo y con una voz impositiva agregó:
--Bueno, entonces, siéntese.
--Espéreme tantito, profe.  Solamente termino de platicar esto.
-Siéntese—repitió Emigdio mientras tomaba a Justin del brazo para conducirlo hacia el asiento.
--Dije que no.  Además, a usted le pagan para  aguantarnos.

   Emigdio quedó callado.  No respondió porque sabía que sería inútil hacer reflexionar al muchacho.  Tomó sus cosas y se dirigió a la Coordinación del Plantel.
--Maestra Gómez, vengo por mis papeles.  Estoy realmente decepcionado de la población estudiantil.
--Pero profesor, son jóvenes, hay que comprenderlos y negociar con ellos.  Debemos dirigirnos con respeto, pedirles que  pongan atención.  Además, usted sabe,  sus padres pagan para que les demos el certificado.  Aquí se intenta que aprendan, pero si no lo hacen, no importa.  Lo importante es que nos paguen.
--¡Cuánta falta de ética, maestra!  Además, yo no estudié para aguantar groserías.  Uno estudia, se esfuerza, adquiere conocimientos y cultura,  formas  de interacción que,  a estos muchachos, les harían mucha falta.
--Profesor, piénselo bien.  Reflexione acerca de la importancia de tener un trabajo, aunque  no le permitan dar su clase, usted  tendrá su pago.  A cambio,  lo único que debe practicar es su paciencia.
--Pues no, no quiero ser un remedo de  profesor.  Gracias.
   Emigdio salió con lentitud, con la satisfacción del deber cumplido porque, a fin de cuentas, había expresado su pensamiento y sus expectativas, había sido capaz de dejar un empleo de simulación y un grupo de adolescentes que seguramente no llegarían a concluir una licenciatura.

•        En México existen muchos planteles privados que no tienen renombre, que están incorporados a  la SEP  o a la UNAM pero que no aplican los reglamentos correspondientes a cada una de estas instituciones.  Los dueños de estas escuelas regalan las calificaciones a los alumnos y, por consiguiente, no forman personas independientes, competitivas, no orientan vocaciones, no corrigen errores.