lunes, 25 de marzo de 2013


GEMA, UNA JOYA DE VERDAD.

   Mi nombre es  Gema, soy delgada y, aunque ya paso de los 35, me siento como si hubiera nacido hace unos cuantos años.  ¿Cómo ha sido mi vida?  Debo confesar que hay pasajes de ella que quisiera no haber vivido.  No me gusta pensar, por ejemplo, que nací en un barrio popular del norte de la ciudad y que en la casa en la que viví había varias familias, todos estábamos juntos y lo peor era que compartíamos el único baño de la enorme vivienda.  Tampoco me gusta pensar en los días de escuela, es que siempre fui mala para estudiar, solamente era buena para las sumas y las restas; de la escritura, la historia y la geografía, ¡ni se diga!  ¡Era yo una verdadera plancha!
   Con mucha dificultad terminé mis estudios de primaria, eso fue en el año 1980, cuando tenía 12 abriles.  Ingresé a la secundaria, pero no la terminé, mejor me dediqué a ayudar a mi mamá en las labores de la casa y en aprender a hacer manualidades, eso sí me gusta mucho, hago unos muñequitos de fieltro y otros de peluche muy simpáticos. 
   Mi fiesta de 15 años es lo único que me gusta recordar y tengo muchas fotos y videos de ella.  Mi vestido era largo, tenía un hombro descubierto y no me importaba que los demás dijeran que no se me veía bien por lo delgada que estaba.  Yo me sentía como princesa, una verdadera joya,  bailaba ligera con mis chambelanes y después, con Cristian, mi novio de aquella época.  ¡Todo fue grandioso!
    Así viví durante varios años, hasta que conocí a Rubén, el locatario del puesto de abarrotes del mercado.  Me hace gracia recordar lo que pensaba en aquel tiempo, lo veía fuerte, atractivo, galante, generoso conmigo y yo le sonreía.
   Rubén es un hombre que destila éxito, eso creía y aún ahora, lo sostengo.  Gracias a él tengo mi casa, que es bonita, amplia que tiene cuatro recámaras y dos patios en los que no tengo jardín, porque no me gustan las plantas, ni los árboles y tampoco las flores.  Por cierto, recuerdo que él me conquistó con un arreglo floral y una serenata; bueno, además de regalos, paseos, invitaciones a lugares caros.  Es que yo soy una princesa y una joya de verdad.
   Cuando vinimos a vivir aquí, mi hija Esmeralda era una bebita, lo recuerdo bien, tenía seis meses.  Hicimos arreglos a la casa, pues había algunos desperfectos que limitaban el bienestar de todos dentro de ella.  Cambiamos los pisos del interior y de los patios, cambiamos los muebles de los baños, pintamos las paredes de color verde-agua, la fachada la pusimos amarilla y la reja, blanca.  ¡Se veía hermosa!  Después, amueblamos el interior.  Todo estaba listo para vivir como lo merecía.
   Al paso del tiempo, Rubén fue perdiendo el encanto, era como si el hombre del que me enamoré ya no fuera el mismo: se levantaba de madrugada, y yo lo hacía también para preparar su desayuno, entonces no me quedaba más que limpiar mi casa, así que salía desde temprano a barrer la calle, cada tercer día lavaba mi reja, y lo mismo hacía con el interior de la casa y los patios.  Terminaba yo a eso del mediodía,  mi pequeña Esmeralda crecía pero no me era suficiente para sentirme agotada, por lo que salía a ver a mis vecinos y a platicar con todos.
   Rubén me dio entonces una encomienda: “Si te sobra tiempo y ánimos,  busca clientes en los vecinos.  Yo te traigo los productos, tú haces el negocio y las ganancias son para ti”  Me gustaba mucho vestirme de shorts, así pegados, como los que usan las artistas.  Y es que había quedado muy bien después de haber dado a luz a mi tesoro. 
   Rubén llegaba cerca de las 19:00 hrs., cansado, a veces de mal humor y ya no me hacía el mismo caso de antes. 

   Ricardo regresó a la casa de sus padres, unos vecinos con los que platico mucho.  Él es joven, se separó hace varios meses y tiene una hija, pero no la ve porque vive en otro estado de la república.   “¡Pobrecito!”, pensé cuando lo conocí.  Después, la vida continuó y con ella, el desapego a mi marido y la creciente simpatía, amistad y amor hacia Ricardo, que es jovial, alegre, simpático, guapo y que ve en mi Esmeralda a su pequeña hija…
   No sé bien cómo se dieron las cosas,  pero comencé una relación con Ricky.  Yo  cambié mi atuendo, comencé a vestir con pantalón de mezclilla, solté mi cabello rubio y de vez en cuando, a usar gafas oscruras,  creo que con la itención que no se viera mi felicidad.
   Todo iba bien, estábamos remodelando la casa y ahora la pintaban de color verde, como la esperanza, pero alguien le dijo a Rubén que llegara a la casa más temprano.

Sucedió,  cuando Rubén llegó, yo estaba con Ricky y Esmeralda, con los papás de mi novio.  Ese día fue algo espantoso, Rubén se volvió loco, me golpeó y yo tuve que pedir auxilio.  Creía que me iba a matar, pero afortunadamente, se fue.  Se fue de mi casa, porque aunque él la compró, es mía, así lo dicen las escrituras.  No cabe duda que hice bien en haber exigido que así fuera.  Al siguiente día del encuentro con mi exmarido no salí, estuve encerrada en la casa cuidando mi apariencia, no quería que la gente se enterara de nada.  Eso fue en septiembre, así que la ansiedad por salir a adornar mi casa y la calle era creciente, me urgía también ver a Ricardo, quería contarle que ya no tendríamos razón para escondernos, que ya podríamos tener un amor total, libre, pleno, de cara a todos.
   Yo no sé qué es lo que piensan mis vecinos, los que me conocen y los demás.  Los padres de Ricardo quieren mucho a mi Esmeralda, la cuidan mientras salimos a pasear en la motocicleta, también mientras nos vamos a comer.  Yo le invito una paleta en estos días de tanto calor y él, me acaricia.  ¡Yo soy feliz, soy una verdadera joya!