miércoles, 29 de noviembre de 2023

MADRE SUPERVIVIENTE


 

Así me defino, fui despojada de la vida de mi hijo hace más de cuatro años y, al parecer, debo obligarme a omitirlo para evitar críticas destructivas a una vida hermosa pero atormentada.

   Observo con cuánto respeto se habla de los que ya no están aquí, de los que partieron por enfermedades orgánicas del cuello hacia abajo, pero el dolor emocional y los desequilibrios mentales, ubicados en la parte más alta del cuerpo, de la que siempre está expuesta a la vista de los demás pero que más temor causa, me refiero la función cerebral, quedan fuera, como si no contaran o no fuesen parte del organismo de una persona. 

   Así, el prejuicio es el que gana, una debe callar, morderse los labios, detener las ideas que recuerdan a los hijos ausentes para evitar los juicios absurdos de personas que, cercanas o lejanas, emiten palabras llenas de desprecio hacia quienes son el motor de nuestras vidas.  Hablo en plural porque, estoy segura, otras madres cuyos hijos partieron por suicidio, se ven en la misma situación que yo.

   El suicidio deja a la madre, a mí, vaciía en mi vida diaria, en mi caminar, hablar, mis brazos quedaron abandonados, sin la posibilidad de abrazar, mis manos ya no pueden acariciar ni apoyarse en el brazo de mi hijo para desplazarme por las calles, ya no cuento con el humor y las bromas, las palabras cariñosas y los sobrenombres.  Eso mismo ocurre con las madres cuyos hijos fallecieron por otras causas pero ellas pueden hablar con otros con entera libertad porque son comprendidas y acompañadas en su dolor.

   ¿Qué es lo que ocurre con nosotras, las que tuvimos un hijo con una enfermedad emocional?  Tenemos que enfrentar críticas, palabras que descalifican al ausente y, en resumen, debemos estar alertas para contener ideas, limitar nuestras conversaciones a lo que convenga para mantener una imagen positiva del difunto que, sin importar las acciones realizadas en vida, es denigrado por su última acción vital.

   Me resulta hiriente darme cuenta de la facilidad en la que cualquiera se transforma en juez, del último acto sin valorar o intentar imaginar las experiencias, emociones, frustraciones y desalientos del fallecido, no son capaces de poner sobre una báscula lo que de positivo hubo en la vida y lo que vivió en compañía del amado suicida. 

   Los juicios externos nos hieren, lastiman, enojan, frustran y nosotras, las madres despojadas de nuestros absurdamente incomprendidos hijos , desearíamos sacudir la posición insensible hacia nuestro dolor que procuramos moderar para sobrevivir.