Adriana recordaba ahora su vida desde que iniciaron sus
afecciones orgánicas, experimentó sentimientos extremos pero prefería recordar
aquéllos en los que había algo gracioso o aleccionante.
Tomado de: gente-de-tumaco.blogspot.com/
Después de haber
transitado por la tediosa rehabilitación, se sintió fuerte y valiente para
salir a la calle y así lo hizo. Conoció a un sujeto importante en el
ámbito de los libros que, al igual que ella, era discapacitado.
Platicaban, bromeaban de su limitación, comentaban acerca de las personas que
los auxiliaban para acceder a los textos y, cuando salían a caminar por las
calles del Centro, que son hermosas pero altamente peligrosas, ella intentaba
prevenirlo pero las palabras no acudían a su mente de manera oportuna, por lo
que el pobre ciego trastabillaba, chocaba o tropezaba; cualquiera que fuese lo
que ocurriera, el momento del impacto era el detonante de la palabra que
faltaba.
Qué curioso, pensaba Adriana, con cierto dejo de nostalgia
pues su amigo ciego murió un par de años después de estos hechos.