viernes, 27 de noviembre de 2009

DESPUÉS DE LA TORMENTA.

El jueves por la mañana y un poco más tranquila, Adriana se levantó y arregló como siempre y, como siempre, llegó al trabajo y no aconteció situación alguna que le llamara la atención.
De regreso en su casa, recordó a un ex-alumno, le dio apoyo no porque el menor tuviera problemas para aprender, sino porque el menor enfrentaba la hostilidad de sus compañeros debido a que desde pequeño, mostraba orientaciones diferentes.

En esos años, Adriana pensaba que el comportamiento de Raúl se debía al ambiente familiar y social, que las mismas condiciones propiciaban y reforzaban los manerismos del niño. Le invitó en varias ocasiones a que se "volviera actor" y que actuara proyectando fortaleza, arrojo, decisión, que dejase de mover las manos, etc. El menor se rehusó y asumió que por su negativa, iba a sufrir las burlas de los demás.

Raúl no comprendía lo que le ocurría, se sentía triste porque no podía entender por qué él no se podía comportar con los demás compañeros y como sus familiares varones. Estaba a disgusto cuando no acudía al aula de apoyo, lugar en el que encontraba el respeto y la orientación. Se hicieron concursos literarios debido a que en esa generación había otro compañero que tampoco presentaba dificultades de aprendizaje. Raúl era el mejor, hilaba frases, elaboraba metáforas, utilizaba los signos de puntuación y expresión de manera impecable respecto a las redacciones de los alumnos de la escuela.

Adriana recordó una ocasión en que llevaba un abrigo de gamuza y se lo había quitado porque ya eran las 11:00 y hacía calor; Raúl abrió mucho los ojos, lo tomó y extendió en el aire, frente a sí, hizo una expresión de sorpresa y se lo puso. De inmediato, Adriana le indicó que debía quitárselo y se propuso no volver a llevarlo.

De esto habían pasado ya cinco años. Durante ese tiempo, Raúl continuó sufriendo la indecisión, la tortura del rechazo a sí mismo, la negación de su condición y el sentimiento de culpa porque se consideraba pecado, debido a sus creencias.

Hacía un mes aproximadamente, Raúl la había visitado, estaba irreconocible: delgado, con el cabello rizado por llevarlo un poco más largo y una expresión de tranquilidad y alegría. El joven, que estudia el bachillerato, lo aceptó de la mejor manera. Adriana le dijo que se veía muy bien, que su semblante era agradable y le preguntó la causa; Raúl le contestó:

--Sí, maestra. Yo creo que estoy enamorado por primera vez.

Adriana pensó rápidamente la mejor manera de preguntar de quién se trataba, pues no quería lastimarlo u ofenderlo si le preguntaba acerca del sexo de su amor.

--De quién?

--De un compañero de la escuela, se llama Lalo y creo que también le gusto.

Adriana, conocedora de la maldad de las personas y de la actitud burlona y despectiva para las personas que por una causa u otra, pertenecen a las minorías, le recomendó:

--Raúl, debes cuidarte mucho. Mira, me da gusto que te hayas enamorado, pero debes cuidarte porque lo que debes proteger es tu corazón. Yo te aprecio mucho y me importas demasiado. No se vayan a burlar de ti.

Raúl había regresado a visitarla hacía un par de días, iba contento, como hacía un mes. Adriana se sintió feliz de verlo y de saber que su exalumno, el mejor de los que ha apoyado, es feliz y está labrando su destino pues estudia y se prepara para ser el mejor, además de que ahora sí es actor en su escuela. El motivo de la visita, de hecho, fue para invitarla a una pastorela en la que Raúl participará.