jueves, 26 de noviembre de 2009

¿QUIENES SON LOS DISCAPACITADOS?


Era miércoles, abrió los ojos como cada mañana y no se percató de su limitación; estaba tan acostumbrada a ella que le parecía que siempre había sido así.  Adriana inició la rutina diaria, pero este día tenía una idea que, como siempre que le ocurría, la obsesionaba; pero esta vez la idea giraba en torno al trabajo del turno matutino, lo ocurrido con tres madres de familia cuyos hijos presentaban conductas extremas (bullying) y la responsabilidad que había asumido respecto a los niños y sus madres sin ser su área de trabajo.  Sentía que debía mantener informado al director de la primaria de todo cuanto se había tratado para resolver el problema escolar.

Cerca de las 7:00 sonó su teléfono, era la taxista, una señora agradable y cordial, dispuesta siempre a acompañarla a donde necesitara desplazarse.  La señora le dijo a Adriana que el taxi no arrancaba, por lo que le sugería que buscara un medio de transporte seguro para dirigirse a su destino.  Media hora después, la taxista llegó al domicilio de Adriana pues su taxi había cedido y le había cumplido la orden de arrancar.  

   Adriana tenía una discapacidad visual desde hacía 22 años.  Cuando la adquirió era muy joven y trabajaba como secretaria.  Ahora era maestra de educación especial con una maestría; eso la llenaba de orgullo y se decía, tal vez para convencerse de que la vida le había quitado la visión nítida, que la segunda parte de su vida había sido más provechosa para ella que la anterior, cuando gozaba de total salud.

Como cada mañana, la taxista la dejó frente a la puerta del estacionamiento de la escuela.  Adriana casi no había hablado con la taxista pues iba ensimismada, pensando en lo que le informaría al director y en el programa que implementaría en el grupo y con las madres de familia pues tenía menos de una semana para iniciar el trabajo.  Entró al Plantel, se dirigió a la Dirección escolar en busca del director, pero aún no llegaba.  Esperó a que la anotaran en la libreta de asistencia.  Detrás de Adriana, aproximadamente 10 segundos después, entró la maestra Zoila, tensa como siempre y como si tuviera prisa de ir no supo Adriana a dónde.  

Adriana se despidió del personal de la dirección deseándoles que tuvieran una buena mañana.
Adriana entró al aula de apoyo, un salón prefabricado con techo de lámina y una puerta deteriorada que se atora al abrirla.  Unos diez minutos después ingresó el director, hombre respetuoso que la saludo cordialmente:

--Buenos días, maestra Adriana.  Vengo a hablar con usted.
--Buenos días, maestro.  Yo también quería platicarle lo que se hizo ayer.
--Maestra, quiero decirle que le diga a su taxista que no la traiga hasta la puerta de entrada porque obstruye la entrada de las maestras.
--Sí, maestro-- contestó Adriana, mientras pensaba el lugar donde pediría a la taxista que la dejase a partir del jueves, es decir, en el corredor de la calle siguiente que está lleno de obstáculos o en la esquina de la escuela que tiene una coladera hundida, una banqueta altísima y bloques de cemento disparejos.  


   Adriana volvió casi de inmediato su tema: Los acuerdos con las madres de familia del grupo de Zoila.  


    En cuanto el director se fue, Adriana se sintió aliviada del peso que sentía porque, pensaba, había compartido con alguien de la escuela la preocupación y la responsabilidad que trae consigo la existencia de problemas de conducta severos en los alumnos.  ADRIANA ENTONCES RECAPITULÓ LO ACONTECIDO Y SE PREGUNTÓ:  


--¿QUÉ ME QUISO DECIR CON ESO DE QUE NO DEBO BAJAR ENFRENTE DE LA ESCUELA?  ¿ACASO ES VÁLIDO QUE LAS MAESTRAS QUE LLEGAN CON CAMIONETA TENGAN MÁS DERECHO QUE YO? ¿DE QUIÉN ES LA CALLE?  ¿Y SI ME PASA ALGO?--esta reflexión de Adriana fue como si estuviese escrita con letras mayúsculas por la incredulidad ante el despropósito escuchado.

La discapacidad de Adriana había sido compensada positivamente, había conseguido un trabajo y una forma de vida independiente, era autosuficiente y solamente a veces, como en esos momentos, recordaba su limitación.  Se sintió llena de ira, deseo con toda su alma tener la fuerza para g cambiar las realidades, para hacer que por un día, Zoila viviera una deficiencia, que sufriera los desprecios, subestimaciones, omisiones, actitudes despóticas, y todas las actitudes y barreras arquitectónicas y dificultades de desplazamiento que tienen los discapacitados.  

   Se llenó de ira, de coraje, de decepción y de amargura.  Recordó el poema "Reír llorando" y "Los motivos del lobo", además de "Lobo hombre".


   El disgusto, la frustración, el sentir que se ha venido regando las piedras con la ilusión absurda de que pueden brotar algunas florecillas, saber y confirmar que la vida y el respeto no están dados de manera natural para las personas con discapacidad, según la práctica real de personas como Zoila.


      Al regresar a su casa, Adriana continuaba indignada y llegó la hora de partir a la otra escuela donde labora.  Comentó el hecho a la directora de la primaria vespertina para indagar acerca de la actitud que debería tomar.  La pregunta de la directora la desconcertó cuando:


--¿No lo había pensado cuando el maestro le pidió que no la dejaran en la puerta?
   Entonces Adriana respondió:
--No me acordaba que no veo bien.


   A Adriana le surgió una inquietud impresionante: ¿Por qué las personas siempre tienen en cuenta la limitación de los otros?  Cuando esta impresión constante de la limitación se aplica para apoyar, comprender, facilitar o compartir las tareas, conocimientos, responsabilidades y estados de ánimo está muy bien, como lo es en el caso de la directora del turno vespertino, pero cuando esta misma impresión se utiliza para compensar las carencias personales y emocionales con el interés de sentirse superiores, como era el caso de Zoila, es totalmente inhumano.


   Adriana, sin proponérselo, acudió a su almacén de recuerdos, las personas gratas y a quienes les vive eternamente agradecida y las personas que solamente le dieron malos momentos que la enfrentaron a su realidad negativa.


   Recordó a su amigo ciego, Otón Salazar.  Era un hombre agradable pero con un dejo de amargura.  Pensaba ahora que él tenía razón cuando arremetía a bastonazos a los coches que estaban mal estacionados y le dificultaban aún más el camino, decía: "Para que se eduquen". 
   ¿Qué pensaba Adriana de la maestra motorizada y prepotente de la primaria? 
Zoila egoísta, Zoila despiadada, Zoila intolerante, Zoila ignorante, Zoila obtusa.