viernes, 11 de diciembre de 2009

CARLOS CUEVAS PARALIZÁBAL.


Corría el año de 1933, era abril y hacía mucho calor.  Una mujer rubia, con expresión endurecida por haber pasado la mitad de sus 20 años en la pobreza y con cinco de haberse casado con la finalidad de confortarse económicamente, sintió los dolores.  Las contracciones de su abultado vientre eran cada vez más frecuentes, el bebé que nacería una horas más tarde luchaba por salir al mudo exterior con ansiedad frenética.

   Mercedes, cuyo nombre significa ”dones", tendría el don de dar a un nuevo ser la posibilidad de ser realmente, de tener contacto con el mundo exterior e interior, de proporcionar ilusiones a los que le rodearan y de crecer.  Para hacer realidad su ilusión, encargó a sus dos hijos mayores a una vecina, tomó un chal y fue al hospital...

   Nació su tercer vástago, era pequeño y regordete, sus facciones eran toscas por el esfuerzo que le implicó el salir del vientre.  Sus padres, Mercedes y Alejandro, estaban felices y hacían planes para cada uno de sus hijos, los imaginaban como doctores, pilotos, ingenieros, militares, abogados, maestros, etc.

   Pasaron los años, no sabemos cuántos pero las diferencias entre los padres se acentuaron, las discusiones fueron cada vez más frecuentes hasta que llegó el rompimiento y con ello, el abandono a los hijos, que ya eran cuatro.

   Los cuatro pequeños fueron a vivir con su abuela, una mujer vieja y alcohólica que vivía en una vecindad con su hijo, hermano de Mercedes, alcohólico también.  La pensión que el padre enviaba puntualmente para la alimentación y vestido de sus hijos era consumida por la abuela y el tío. Así pasaron algunos años durante los cuales comían una vez al día un pedazo de pan y café.  Durante ese tiempo, esos años que a los niños se les hicieron largos, eternos por las carencias que sufrían, el menor de ellos, Antonio, enfermó gravemente y murió; de nuevo eran tres hermanos, unidos por el abandono y la falta de alicientes. 

   Sin embargo, los tres tuvieron la posibilidad de acudir a la escuela, de aprender y de estudiar.  La escuela Normal de Maestros fue la que los acogió como una madre, les dió habitación y alimento, además de la preparación docente.  Los mejores años de su juventud los vivieron ahí pues tenían la certeza de un alimento y de un colchón cómodo, del calor proporcionado por la amistad de quienes vivían ahí también.  Lorenzo, el menor de los tres, recordaba con gratitud y afecto a una empleada de la escuela, una señora apellidada Cuevas, igual que él.

   Al egresar de la escuela Normal de Maestros comenzó a ejercer como docente en diversas partes de la república pero encontró su camino profesional en la escritura de textos, en  el análisis de la política, en la investigación de la evolución del país, porque en ese entonces y hasta hace unos quince años, el país evolucionaba.

   Escribió libros que deseaba compartir con las personas, libros de interés para seres inquietos y conocedores de la historia, la criminalidad y la política.

   Con el paso de los años, cuando ya era viejo, llegó la decepción.  Todo lo que había anhelado  y construido durante  el tiempo no se había reconocido, los hombres se habían olvidado de su existencia y aún no desaparecía del mundo...

   Solo, olvidado por los que le consultaban opiniones o incluso, abusaban de su generosidad firmando artículos que él les dictaba, enfermó y murió año y medio después.

   ¿Qué es lo que quedó después de ese día?  La nada.  Su nombre no se menciona en ningún lugar de nuestro país, no se le cita en reporte alguno, pero sus libros están en algunas bibliotecas del extranjero.
   Esta es la biografía de un hombre notable y desconocido: CARLOS CUEVAS PARALIZÁBAL.