viernes, 4 de diciembre de 2009

LA FIESTA DE GERTRUDIS



    Gertrudis, joven morena y atractiva, vivía con su madre en un cuartucho rentado en la colonia Doctores.  El ruido y el deambular de los transeúntes daban vida a la vieja colonia, abandonada por todo lo que representara autoridad.  Cuando Gertrudis salía a hacer las compras diarias, debía ir volteando hacia todos lados, no para ver si llamaba la atención, sino para correr en caso de que alguien la siguiera pues su integridad, sentía, estaba en riesgo constante.


   Ella y su madre, una mujer entrada en años y con expresión torba, hacían quesadillas, tostadas y sopes por las noches y los vendían a los hambrientos que regresaban de su trabajo o a vecinos que, para cambiar su rutina, cenaban a veces los productos elaborados por ellas.


   El 20 de octubre Gertrudis cumplía 19 años, se sentía feliz y emocionada porque tendría una reunión en su cuarto con sus amigos y, en lugar de quesadillas, sopes y tostadas, cenarían pollo rostizado, un manjar para las dos mujeres.  Tendrían varios invitados, los vecinos y los amigos de ella, sería fabuloso.



   Al llegar las seis de la tarde, Gertrudis inició su ritual de transformación: se dio un baño, se puso un vestido color negro con el que se veía realmente hermosa, recogió su cabello para que su cuello, largo y estilizado, se mostrara en su totalidad y constituyera una tentación para los vampiros.  Se maquilló discretamente.  Cuando el reloj marcaba las 8:00 comenzaron a llegar los invitados, uno a uno fueron expresándole sus congratulaciones por conocer y mantener amistad con una muchacha tan buena y trabajadora, además de bonita.  Madre e hija estaban felices, por fin habían podido tener una fiesta en toda su magnitud.


   Se oían risas y palabras alegres, cuando de repente alguien ingresó al cuarto a exigir silencio.  Era Jonás, el vecino del cuarto contiguo que, a pesar de haber sido invitado, no había asistido.  El hombre, con la cara descompuesta y con un revólver en la mano, lanzó un alarido y tiró del gatillo.  Uno, dos, tres tiros dirigidos a Gertrudis...Silencio...


   Unos minutos más tarde y en medio del silencio provocado por los estruendos de la pistola, se oyeron las sirenas.  Los paramédicos revisaron a la muchacha, estaba agonizando; los agentes de policía ingresaron también al domicilio y al aprehender a Jonás, éste les dijo:


--Solamente quería que se callaran para poder dormir.