jueves, 6 de mayo de 2010

CALLEJERITO


Hoy por la mañana hice una búsqueda con la intención de saber qué es lo que ha hecho la autoridad con los victimarios de "Callejerito" y encontré una gama de comentarios,   muchos de ellos reproches violentos y agresivos hacia los sujetos y algunos que les tratan de exculpar.  
   Mi interés radica, esencialmente, en el seguimiento que se da a estos individuos ya que constituyen un riesgo social latente y urge que les den tratamiento.
   Después, recordé cuando, en la calle en la que vivo, habitaban varios perros callejeros y cada semana los llamaba para bañarlos, incluso los llevé a vacunar.  
   Uno de ellos, a quien llamamos Hitch, era inigualable por su porte.  Grande, de raza "alaska malamut",  Él era elegante y delicado, recordaba a los lores o caballeros del siglo pasado, por lo erguido y su mirada desdeñosa, no comía croquetas ni sopa, solamente aceptaba  carne cocida.  Hitck aullaba cuando escuchaba el silbido del tren.  En la familia comentábamos que, tal vez, recordaba aventuras y bromeábamos acerca de ello.  A él no le gustaba estar dentro de la casa pues, de vez en cuando, lo metíamos para ver si  quería pernoctar en un lugar calientito, pero él prefería el toldo de algún coche.
   En ese tiempo, yo salía rumbo a la escuela a las 5:30 de la mañana y él, agradecido, acompañaba al coche por avenidas muy transitadas, situación que nos preocupaba cada día y de regreso, por las tardes, me sentía feliz de verlo.
    También hubo una perra, a la que llamé Greta, que aceptó vivir en la casa.  Cuando regresaba de la escuela, me  recibía con alegría, corría  abarcando la superficie del pequeño patio una y otra vez.  Yo me sentía orgullosa porque, además, pensaba que le había sentado bien el estar  con la familia puesto que estaba engordando...  En realidad, estaba preñada y después de unos meses, en diciembre, dio a luz cuatro cachorros.
   Otra perra de la que guardo buenos recuerdos era "Flama", delgada y fea, criolla entre las criollas, pero con un gran corazón.  Su larga cola giraba como hélice de helicóptero cuando nos veía y, antes de bañarla, se dejaba caer, como si se hubiese desmayado.  
   Un día vino la camioneta del anti-rábico y ella logró salvarse.  Entonces, contentos, la llevamos al veterinario para que le dieran un baño, le cortaran el pelo y la vacunaran.  Ese era el premio por haber logrado correr y esquivar a los verdugos...  Pero a ella no le gustaba quedarse.
   Mi hijo era niño, me acompañaba en todos los actos caninos y por ello, también los quiso mucho.   Recuerdo que durante mucho tiempo rechazó escuchar la canción "Callejero" de Alberto Cortés porque, supongo, le hacía recordar a sus queridos perros.  Él salía a jugar por las tardes y ahí estaban ellos, acompañándolos a él y sus amigos mientras corrían, brincaban, platicaban o comían...
   Creo que el problema de los perros callejeros existe porque en la sociedad no nos hacemos cargo de ellos, porque no se les esteriliza y porque no compartimos los alimentos, los cuidados y las medidas preventivas con ellos.  Existen grandes albergues caninos a los cuales acudir para que los perros no sean sacrificados ni por los monstruos (entiéndase; despiadados como los 3 nayaritas) ni por la omisión de la que son objeto.
   Sugiero que los veamos como propiedad de todos, como lo dice Alberto Cortés en su canción: "Aunque fue de todos nunca tuvo dueño".