domingo, 2 de mayo de 2010

LAS ASPIRACIONES DE UNA MUJER.

Cuando tenía pocos años de vida, Cecilia se imaginaba como una gran artista, una actriz consumada que llenaría los escenarios, y recibía ovaciones acaloradas.
Algunos años después y mientras aprendía en la escuela acerca de culturas antiguas, de los fósiles, de los vestigios del pasado remoto, se imaginaba como maestra, veterinaria o paleontóloga.  Construía en sus juegos un ambiente adecuado para tales actividades, unas veces en los ranchos o en el campo, otras en Egipto, México, Perú, Chile, etc., otras en un salón de clases.  Para este último, era más sencilla la conformación del ambiente, reunía a sus muñecos y los colocaba sobre las dos camas individuales y el closet era el pizarrón.  No sabía bien a bien cuál sería su futuro, pero cualquiera de las tres actividades consideraba que eran apropiadas para ella.  
     Debido a un casamiento y a la llegada de un hijo, tuvo que estudiar una carrera técnica, la cual le satisfizo, pero por azhares del destino, acabó cumpliendo uno de sus más preciados sueños: ser maestra.
    Cecilia lleva casi dos décadas en el servicio educativo y han pasado por sus manos muchos infantes que requieren aprender no sólo conocimientos, sino  valores, ética, respeto, auto cuidado, etc.
   En el mes de octubre, llamó a la mamá de una ex alumna  por la que siente especial aprecio.  ¿El motivo?  La muchacha se rehusaba a continuar su formación escolar y pasaba los días y las noches sin ejecutar actividad cognitiva ni laboral alguna y era necesario hacer reflexionar a los padres acerca de la necesidad de hacer la muchacha una persona productiva, autosuficiente y generosa, pues debía compartir el fruto de su trabajo con la familia.
   Pocos días después, sonó el teléfono y Cecilia, al levantar el auricular y contestar y reconocer la voz de sui interlocutora, se emocionó:
--¿Hola, cómo estás, muñeca?
--Yo no soy muñeca.  ¿Para qué le llamó a mi mamá?--contestó la voz, con un tono molesto.
--Le llamé porque me interesa que tengas actividades, que acrecientes tu mundo, que no vivas en el pasado y que puedas conocer más personas.
   La voz de la ex alumna continuaba molesta, no se dejaba tranquilizar bajo argumento alguno.  Cecilia intentó cambiar el tema:
--¿Tienes correo electrónico?
--Sí, pero no me lo sé.
   Esto fue interpretado por Cecilia como una muestra de enojo, pero insistió:
--¿Quieres que te diga cuál es el mío?  Sería bueno que me escribieras de vez en cuando.
   La muchacha, que era obsesiva y consistente en su enojo, dijo_
--Mire, yo no soy su hija para que se ande metiendo en mi vida, no quiero estudiar y no voy a hacerlo.  Además, no soy muñeca y usted no tenía por qué haber llamado a mi mamá.
   Cecilia, quien se había controlado y mantenido la paciencia ante la intransigencia de la muchacha, le dijo con voz contundente:
--Ahora sí me hiciste enojar.  No me vuelvas a llamar por teléfono.
   Colgó el auricular y pensó en la razón que tenían los que le habían aconsejado no establecer lazos afectivos con los alumnos, que a ellos solamente hay que verlos como sujetos de trabajo, sin mezclar emociones.
   Llegó diciembre, el fin el año y Cecilia pensó en que debía llamar a las personas más apreciadas para desearles un buen año; recordó a su ex alumna, pero no llamó.
   Hace dos semanas, a principios del mes de abril, mientras trabajaba con otros alumnos, llamaron a la puerta del aula.  Era Rosa, pidió permiso para entrar y se acercó a Cecilia con voz y actitud sencilla, apenada y afectuosa.
   Tras pedir disculpas a la profesora, agregó:
--Vengo a decirle que ya estoy estudiando computación y, además, vendo zapatos por catálogo.  Los catálogos cuestan caros.  La venta es en dos pagos.
   
   Cecilia se sintió reconfortada, aunque estuvo a la expectativa y, una vez lastimado su corazón por lo que en octubre le dijo Rosa, se mantuvo alerta para no entregar de nuevo su afecto.
   Rosa se acercó a las demás profesoras, mostró sus catálogos, se portó tolerante, paciente, consecuente y comprensiva.   Cecilia pensó que no hay mal que por bien no venga, puesto que después del altercado  con la muchacha, había conseguido que reaccionara en favor de sí misma, se dijo que su esfuerzo realizado durante los dos últimos años de primaria y aunados al seguimiento extraescolar durante los cinco años siguientes, habían rendido fruto.  
--Claro--se dijo-- no todo es mi obra, pero sí soy parte importante dentro de esta construcción.
   Cecilia observó detenidamente los catálogos, preguntó acerca de los precios, los colores y de otras prendas que no venían en los catálogos pero que requería.  Finalmente, decidió hacer una compra con el objetivo de hacer notar a su ex alumna que reconoce su esfuerzo.
   Al despedirse, Cecilia dijo a Rosa:
--Me da mucho gusto verte, me llena de felicidad observar cuánto has cambiado y que ahora eres mejor.  Te encargo unos zapatos.