Un sentimiento de satisfacción la invadió, las mieles del deber cumplido, la satisfacción de haber contribuido a hacer de muchos niños hombres de bien, los recuerdos de sus primeros años de trabajo, su miedo ante los niños de 6o. cuando ella apenas salía de la adolescencia...
Todo estaba preparado, la ceremonia sería el 14 de mayo en un lugar prestigioso. Ahora tenía una duda, solamente llevaría a un acompañante y debía elegir entre sus dos hijos”Para no tener problemas, mejor invito a mi hermana", pensó y así lo hizo.
Llegada la fecha, las dos mujeres
se arreglaron y perfumaron, maquillaron su rostro discretamente y se dispusieron
a partir rumbo al lugar.
Era un gran recinto, tenía mesas,
copas, cubiertos y, en cada mesa, un arreglo foral lleno de margaritas y
rosas. Eligieron el sitio donde se sentarían y esperarían para escuchar
el nombre de la profesora. Ella sentía la sangre golpear en su corazón,
era el momento más ansiado en su vida, los 30 años de trabajo amoroso hacia los
niños tenía su fruto.
--Profesora Rutilia Hernán--dijo el encargado de dar las medallas.
--Profesora Rutilia Hernán--dijo el encargado de dar las medallas.
--Aquí estoy--dijo ella, mientras se ponía de pié
para dirigirse al centro de la pista. Escuchó ovaciones y aplausos,
tal como se les habían brindado a todos y cada uno de los profesores premiados.
Una vez concluida la entrega de
medallas y reconocimientos, vino el brindis:”Por los treinta años de servicio y
los que vengan".
La comanda fue buena, crepas de
champiñones, crema de espárragos y lomo de cerdo con puré. De postre, una
rebanada de pastel bañado en una mezcla de cajeta y fresas.
"Con el dinero podré
terminar de pagar mi departamento", se dijo después. Mil pesos por
año de servicio es algo que, casualmente, era lo que le hacía falta para
concluir el pago de un condominio en una colonia popular de la ciudad.
Al día siguiente se levantó y pensó
que era el momento de afianzar sus certezas, es decir, sus bienes materiales y también
los afectivos. Lo había pensado bien y se había dicho que al concluir la
deuda de la casa, haría las gestiones necesarias para hacer el traslado de
propiedad a sus hijos.
Desayunó, se alistó y salió rumbo a
un banco. Una vez ahí, pidió a la cajera todo el dinero que le habían
dado por su servicio docente:
--¿Cuánto va a querer?
--Los treinta mil pesos, por favor, señorita.
--Un momento, por favor. No tengo esa cantidad en la caja.--expresó la cajera.
--Sí, está bien.
--Los treinta mil pesos, por favor, señorita.
--Un momento, por favor. No tengo esa cantidad en la caja.--expresó la cajera.
--Sí, está bien.
Unos minutos después, regresó la
señorita con un fajo de billetes y fue contando uno por uno frente a la mirada
de asombro e ilusión de la profesora. Cuando hubo terminado el conteo, el
dinero fue entregado a la maestra y ésta lo guardó dentro de su bolso. Dio
la vuelta y salió del banco.
Iba eufórica, nunca había visto ni
tenido tanto dinero junto. No se percató que unos ojos la habían elegido,
los mismos que observaron a la cajera cuando se dirigió a conseguir efectivo,
los ojos ambiciosos que contaron uno a uno los billetes cuando eran pasados por
entre los dedos de la cajera...
Rutilia abordó su coche, metió la
llave y lo encendió; volteó hacia ambos lados y arrancó. Al llegar
al estacionamiento de su casa, bajó con mayor seguridad:”No hubo nada anormal,
nadie se dio cuenta de lo que saqué. Por fin estoy en casa, sana y
salva" se dijo.
Ingresó al edificio y subió unas
escaleras, pues ella vive en el departamento 202, se detuvo frente a la puerta
y sacó sus llaves. En ese momento, aparecieron los ojos observadores,
pero no solamente eran los ojos, sino una mano con un puñal, una mirada trastornada
por la ambición y la ansiedad por delinquir, una boca amenazante que
emitía palabras obscenas.
Rutilia sintió que se moría, no podía
creerlo, era todo una pesadilla. Sin embargo, mantuvo el control, no
gritó ni evitó el asalto. Entregó los treinta mil pesos al mozalbete
vicioso y majadero. Para evitar caer por la impresión y el mareo
provocado por el pánico, se sentó en la escalera y lloró, lloró por su vida,
por la de sus hijos, por la de los maleantes y por la de su país.