Los hijos de la LOGSE son
los niños del trauma, los herederos por línea directa de Peter Pan que se
empeñan en prolongar la infancia hasta los límites de la tercera edad.
Los hijos de la LOGSE no se
conforman con mucho ni con poco: lo queiren todo, pero aquí, ahora y sin
esfuerzo. Necesitan que alguien los motive para que hagan algo que les
satisfaga instantáneamente. Si no, ni eso. ¿ESO? ¿Qué es la ESO a todo esto? Ni
EGB ni Bachillerato, ni BUP ni FP, ni chicha ni limoná. Una forma como otra
cualquiera de entretener a la gente en su edad adolescente. Ni estudian ni trabajan,
ni aprueban ni suspenden, que para eso necesitan mejorar o progresan
adecuadamente.
La LOGSE es lo más parecido
a ese limbo que ha desaparecido del mapa sobrenatural después de la última
reforma cartográfica vaticana. Sus hijos ni sienten ni padecen, ni gozan con el
triunfo ni se deprimen ante un fracaso. Todo queda en un término medio y
medido, en un transitar sin altibajos, en un tiempo sin tiempo que para Cernuda
era el del niño y que para la LOGSE se prolonga hasta la edad adulta.
Entonces llegará la época
de la consigna y de la pancarta, del pensamiento único y débil que se hace
fuerte por obra y gracia de la consigna que se repite una y mil veces. Todo
encaja a la perfección. Los hijos de la LOGSE serán los hombres de un futuro
muy parecido a lo que vieron Orwell o Huxley. Un mundo feliz y controlado desde
arriba. ¿Arriba? ¿Pero no habíamos quedado en que la LOGSE terminará con el
arriba y el abajo? Pues no. Por algo los padres de la LOGSE mandan a sus hijos
a los colegios donde no se practica esta nueva religión.
Que una cosa es ser
logsiano y otra muy distinta tonto de baba.
Por Francisco
Robles
(Publicado
en Experiencias
Escolares nº 1 Año I)