El constructivismo es un término tan ambiguo que, a pesar de las
fidelidades de reclinatorio que suscita, nadie sabe exactamente qué es lo que
quiere decir. Se consideran constructivistas concepciones muy diferentes e
incluso opuestas del aprendizaje. Se ha llegado a escribir que gran parte de la
teoría constructivista es simplemente ininteligible y que lo que parece
inteligible es confuso.
Las raíces del constructivismo se encuentran en la tesis del idealismo alemán que afirma que el sujeto crea el mundo a medida que lo va conociendo o, dicho de otra manera, que conocer es adaptar la realidad a las propias estructuras cognitivas. Pero o bien, de manera kantiana, la razón es común, y por lo tanto el constructivismo es la construcción individual de una razón común (y entonces el constructivismo es relativo) o bien lo que construye cada individuo es su propia razón (y entonces la comprensión mutua es una hipótesis imposible de verificar).
Si el conocimiento es una construcción individual, como parecen defender todos los constructivistas, entonces el conocimiento de la teoría constructivista está también sometido a los principios constructivistas. Con lo cual cada uno tiene su propia concepción del constructivismo y esto es todo lo que se puede decir al respecto. Pero para no liar demasiado la cosa, vamos a conceder que se puede conocer la teoría constructivista de manera no constructivista, es decir, objetiva. Claro que lo que objetivamente nos dice el constructivismo es que todo lo que puedo decir de mi conocimiento es que es mío, que tiene significado para mí, pero nunca podré asegurar que sea un reflejo más o menos fiel de la realidad. Por este motivo los constructivistas dan poca importancia a las materias, lecciones, niveles, exámenes y, por supuesto a las notas.
No es difícil comprender que esta teoría siga vigente en las facultades de pedagogía, porque en ellas hay cabida para todo tipo de extravagancias, pero a los constructivistas les cuesta reconocer que el prestigio pedagógico de su teoría nunca ha sido avalado por resultados incuestionables. Es cierto que ahora algunos constructivistas nos dicen que lo suyo es una teoría psicológica sobre el conocimiento, no una metodología de aprendizaje.
Las raíces del constructivismo se encuentran en la tesis del idealismo alemán que afirma que el sujeto crea el mundo a medida que lo va conociendo o, dicho de otra manera, que conocer es adaptar la realidad a las propias estructuras cognitivas. Pero o bien, de manera kantiana, la razón es común, y por lo tanto el constructivismo es la construcción individual de una razón común (y entonces el constructivismo es relativo) o bien lo que construye cada individuo es su propia razón (y entonces la comprensión mutua es una hipótesis imposible de verificar).
Si el conocimiento es una construcción individual, como parecen defender todos los constructivistas, entonces el conocimiento de la teoría constructivista está también sometido a los principios constructivistas. Con lo cual cada uno tiene su propia concepción del constructivismo y esto es todo lo que se puede decir al respecto. Pero para no liar demasiado la cosa, vamos a conceder que se puede conocer la teoría constructivista de manera no constructivista, es decir, objetiva. Claro que lo que objetivamente nos dice el constructivismo es que todo lo que puedo decir de mi conocimiento es que es mío, que tiene significado para mí, pero nunca podré asegurar que sea un reflejo más o menos fiel de la realidad. Por este motivo los constructivistas dan poca importancia a las materias, lecciones, niveles, exámenes y, por supuesto a las notas.
No es difícil comprender que esta teoría siga vigente en las facultades de pedagogía, porque en ellas hay cabida para todo tipo de extravagancias, pero a los constructivistas les cuesta reconocer que el prestigio pedagógico de su teoría nunca ha sido avalado por resultados incuestionables. Es cierto que ahora algunos constructivistas nos dicen que lo suyo es una teoría psicológica sobre el conocimiento, no una metodología de aprendizaje.
Críticas al constructivismo:
La experimentación
constructivista no han demostrado las bondades pedagógicas del constructivismo.
Es dudoso que los niños
posean esquemas mentales tan elaborados como para permitirles un aprendizaje
autónomo.
La transmisión cultural es
indisociable de los instrumentos que esta misma transmisión ha ido creando,
como la escuela, el libro, la imagen o el maestro.
El constructivismo le resta
valor a la relación entre el alumno y el profesor. Anima al alumno a recorrer
por sí mismo el camino que la humanidad ha recorrido en siglos.
Cuando el alumno es
abandonado a su ritmo de trabajo, acostumbra a dedicarse a actividades poco
exigentes.
Si no puede haber
programaciones constructivistas (ya que el aprendizaje autónomo, por definición
no se podría programar), tampoco evaluaciones, con lo cual, es imposible
comparar los conocimientos de dos alumnos. Es cierto que toda evaluación oculta
alguna cosa de la realidad, ¿Pero acaso la renuncia a la evaluación nos ofrece
más datos sobre la realidad del alumno?
La complejidad de la clase se
reduce, porque el constructivismo es especialmente insensible al valor de la
relación cara a cara entre el maestro y el alumno.
Reduce la autoridad del
maestro y niega la objetividad del saber.
Con frecuencia los
constructivistas se expresan como si el saber tuviese alguna propiedad que lo
incapacitara para ser transmitido.
Los constructivistas parecen
incapaces para entender la existencia de alumnos desmotivados y tienden a
sospechar que detrás de cada fracaso escolar hay un maestro poco motivador.
Pero se olvidan de indicarnos cómo formar profesores con una capacidad
motivadora ilimitada, inagotable e infalible.
Mario Bunge defiende que el
constructivismo no solamente es falso. También es perjudicial, porque al negar
la verdad objetiva, elimina las posibilidades de crítica y debate. Si no hay
hechos objetivos, difícilmente podremos sostener la convicción liberal en unas
normas objetivas de justicia.
En una clase un maestro
dialogaba con sus alumnos señalando que todas las opiniones valen lo mismo, todos
construimos nuestro conocimiento, fortaleciendo nuestra libertad y nuestra
libertad de elegir.
Un alumno interviene señalando
lo siguiente: El que todas las opiniones valgan lo mismo me parece muy
democrático y a mí personalmente me resulta muy gratificante. También me parece
muy simpático y muy original que usted no prepare ninguna clase y convierta
todas las clases en diálogos entre los alumnos. Pero tengo mis dudas: si todas
las opiniones valen lo mismo, ¿cómo se convirtió usted en funcionario público?
Quiero decir: en las oposiciones a profesor titular, ¿con qué criterios le
juzgó a usted el tribunal? ¿Cómo lo pudo preferir a usted frente a otro
opositando? ¿No valía su ejercicio lo mismo que cualquier otro? Y cuando usted
mismo nos juzga a nosotros, ¿no merecemos todos, por lo mismo, la más alta
puntuación?