domingo, 14 de noviembre de 2010

21 DE AGOSTO


Corría el mes de julio, era de madrugada y Cecilia se debía preparar para ir rumbo a la oficina. 
       El edificio, llamado por muchos "la torre negra", era alto, tenía alrededor de 20 pisos y los primeros eran destinados al estacionamiento de los automóviles, ya que había demasiados empleados: ingenieros, secretarias, mensajeros, vigilantes, capturitas, etc.  Todos debían checar sus tarjetas a las 7:00.
      Cecilia era secretaria, intentaba cumplir con pulcritud y eficiencia, atendiendo a las recomendaciones recibidas en la escuela donde estudió.  Se presentaba limpia, bien arreglada, tomaba dictado, mecanografiaba los textos, redactaba solicitudes y respuestas a oficios, además de procurar estar siempre de buen talante ante sus jefes y visitantes a la oficina.
   Ella prefería, entre todas las actividades que eran su competencia profesional, la de escribir en la máquina.  Era una enorme máquina eléctrica, a ella le cambiaba el disco o "margarita" para elegir el tipo de fuente que usaría para cada texto y además, sentía como si tocara el piano; la sensación de movimiento de los dedos, acompasado y rápido, casi sin errores, le fascinaba.
   Un día, un ingeniero que era limitado en extremo, la increpó y le dijo:
--Cecilia, tú no eres aquí más que una secretaria.  Así que te debes limitar a saludar y decir "sí, ingeniero".  Evita hablar con los demás porque no somos iguales.
   Cecilia, enfurecida por desconocer el origen del comentario, sintió que se le adormecían las manos y el rostro al tiempo que respondía:
--Respéteme usted a mí, ingeniero.
   A partir de ese día, a Cecilia se le adormecía el rostro cuadro experimentaba alguna situación de conflicto fuerte y después, ante cualquier emoción.  Ella sintió cómo iba cambiando su estado de ánimo, como iba rindiendo menos en el trabajo y la menar en que lo desempeñaba no era de la misma calidad, incluso llegó a olvidar el lugar de las teclas en la máquina de escribir.
   Acudió varias veces a la clínica que le correspondía, iba con la firme intención de saber qué es lo que estaba ocurriendo en ella, pero siempre se encontraba con la misma respuesta:
--No es nada, váyase a trabajar.
   Entonces ella, cansada, somnolienta, malhumorada y con el adormecimiento en el rostro, regresaba a cumplir con su función secretarial.
   Era a mediados del mes de julio cuando ella se levantó para ir al trabajo.  Pero antes de salir de la casa, sintió un frío en el cuerpo y se desmayó.  Su cuerpo se agitó como rebelándose a su destino: no quería más adormecimientos, no quería más emociones, noquearía más negativas médicas.
   Su madre, asustada, la llevó a la cama y llamó al médico, un doctor vecino que atendía a la familia y que a Cecilia la había visto hacía casi un año.
   Cuando el doctor la auscultó, rápidamente dio un diagnóstico:
--Epilepsia.  Cecilia tiene epilepsia y debe tomar medicamento para controlarla.  Además, vamos a enviarle un estudio de electro-encefalograma.
--Muchas gracias, doctor--contestó la madre mientras la joven aún no comprendía lo que había ocurrido.
   La falta de comprensión se prolongó durante tres días en los cuales no asistió al trabajo.  Pero ella no lo recordaba, no tenía idea de lo que había pasado ni de lo que sería su futuro.
   Al cuarto día, la madre se levantó y dijo a Cecilia:
--Hoy es el cuarto día que faltas, necesitamos ir a tu trabajo para que te vean y para llevar la receta médica.
--Está bien--contestó Cecilia que casi no hablaba pues tenía dificultad para recordar términos y expresar sus ideas, si es que las tenía.
   Después de esa breve plática, Cecilia perdió la noción de las cosas, la memoria le fallaba mucho y solamente recordó, cuando vio a la doctora que la enviaba a un hospital de la institución ubicado en Atzcatozalco, era la misma que la había regresado varias veces al trabajo porque no veía en ella problema alguno.
   De inmediato, madre e hija fueron hacia el hospital y ahí, después de hacer varios trámites (no encontraron el expediente de la joven) entró por fin con el médico especialista.  El neurólogo preguntó acerca de lo que sentía Cecilia, por qué era que le había dado la crisis, desde cuándo se sentía cansada y somnolienta, además, el nombre de los objetos:
--Qué es esto=-- inquirió al tiempo que señalaba un anillo.
--Un... un...--respondió la muchacha tratando de recordar el nombre del objeto que se ponía en los dedos.
Después, el médico sacó un llavero y lo mostró a Cecilia y, tras la pregunta acerca de esto, ella se vio en el predicamento de la anterior.

   El resultado del día fue que Cecilia quedó hospitalizada y le fue programada una cirugía, para el 21 de agosto de 1987.