domingo, 14 de noviembre de 2010

PAULA.


  Para Paula todo era común, creía que ya había visto todo, que las experiencias que había acumulado a lo largo de su vida eran suficientes como para definirla y que ya no tenía otra cosa más qué hacer.   
   Hacía tiempo, no llevaba la cuenta, había enfermado, un padecimiento renal le obligaba a hacerse diálisis cada tercer día, estaba fastidiada y su cuerpo debilitado, tal como su espíritu.  
   Cuando fue llevada por primera vez al hospital, según le había dicho su madre, era muñí pequeña y casi no podía sostenerse, estaba pálida y lloraba mucho; ella lo había olvidado, es que había llorado ya tantas veces que no sabía cuál había sido la primera.
--Eres la próxima en la lista para el trasplante--le informó una enfermera del hospital.
   Paulina estaba aburrida, adolorida, se sentía agredida cada vez que entraba a la máquina que limpiaba su sangre.   Por lo anterior, estaba decidida: no se haría el trasplante.
   La familia de Paula solicitó la intervención de profesionales y amigos para tratar de convencer a la joven mujer que, a pesar de su apariencia infantil, se veía agotada como una anciana.
   Así transcurrieron algunos meses y la familia de Paula vivía en la zozobra.  Pero sucedió algo inesperado, Jovita, hermana de Paula, dio a luz un bebé y fue a vivir en la casa paterna.
   Este hecho constituyó una motivación para la enferma, el niño proveyó a Paula del valor, el interés, el ánimo y el arrojo necesario para aceptar la operación.
--Cuando crezca un poco más, querrá jugar conmigo y no puedo estar enferma.