domingo, 14 de noviembre de 2010

BENJAMÍN, EL MÁS PEQUEÑO DE LA FAMILIA

Benjamín, el chico travieso que siempre pone la nota de inquietud en el salón de clases, el mismo que admite sus pillerías ante los adultos que le invitan a confesar sus tropelías.  Benjamín desea o, mejor dicho, su madre quiere que haga la Primera Comunión.  Peo el niño no ha asimilado que este es un acto de fe, que debe poner su empeño y voluntad para controlar sus inquietudes.
   Su madre acudió a la escuela, se presentó con una expresión de angustia, pues el niño no hará la Primera Comunión porque la catequista lo reprobó: no ha aprendido lo necesario para comulgar, para comer la hostia.
   A Benjamín no le preocupa, él es un niño disperso, desatento, simpático y valiente.  No ha pensado en la necesidad de ser religioso, de tener un soporte moral cuando le lleguen los problemas a los que tendrá que enfrentarse, forzosamente, cuando crezca.
   El viernes pasado, la maestra lo vio entrar a la dirección, el niño entró patinando sobre el piso resbaloso.
--Hola, Benjamín.  ¿Cómo estás?
--Bien, gracias—contestó el niño mientras ejecutaba un giro.
--¿Te gusta patinar sobre el suelo?
--Sí, es como el piso de mi casa.
--¿Ya estás listo para hacer la Primera Comunión?
   El menor se detuvo, sonrió y dijo tímidamente:
--Más o menos.  Es que no me he aprendido todas las oraciones.
--Bueno, pero ya sabes algunas, ¿no?
   De nuevo, respondió con timidez:
--Sí.
   La maestra se sintió contenta puesto que a los sujetos que como Benjamín, serán adultos  en el futuro vivirán situaciones difíciles, es necesario que tengan un asidero, es decir, algo en lo que puedan apoyarse, aunque no sea en la ciencia.