Eduviges tiene
39 años, su vida ha transitado contada clase de necesidades pues desde
niña, fue abandonada por su padre y a los 12 años tuvo que unirse a un
muchacho de 20 para tener lo básico: frijoles, maíz, chiles, un
lugar habitable y vestido para ella y su madre.
Así comenzó la
vida de Eduviges, sin alicientes y con la única ambición de sobrevivir a la
miseria. El lugar en el que se desarrolló esta historia es un municipio
del estado de Hidalgo, lugar alejado y olvidado por los gobernantes y
presidentes municipales.
Pues entonces, la
vida de una niña se transformó de inmediato, al llegar a la vida del joven que,
por no estar en la ciudad, cometió estupro. Al poco tiempo, ella dio a
luz un niño al que llamó Alberto, después otro y otro y otro hasta llegar a
nueve hijos.
Por su parte, el
hombre de la casa, fuerte y trabajador, se desempeñaba como músico,
electricista, plomero, zapatero o lo que hiciera falta con tal de obtener
dinero para mantener su vasta, vastísima familia.
Un día,
Rigoberto, el padre y cabeza de familia, se sintió enfermo, había perdido
visión y acudió al médico.
--Es una enfermedad
degenerativa. No hay remedio, pronto quedará ciego.
Y el día llegó
cuando Rigoberto era un obre de 38 años, con nueve hijos, una esposa y su
suegra, además de su madre y hermana.
Al dejar de
percibir la luz, los contornos, los contrastes, las formas, también dejó de
percibir lo que ocurría a su alrededor, cerró sus oídos a las necesidades,
alegrías, intereses e inquietudes de sus hijos y esposa.
Ahora, Rigoberto
no realiza actividad alguna, vegeta y espera la muerte que, mientras llega, le
permite insultar, maltratar y ofender a su familia.