sábado, 25 de diciembre de 2010

UN ACTO DE SOLIDARIDAD.


Citlali, mujer joven y sensible, trabajo en una escuela ubicada en uno de los barrios pobres de la ciudad de México.  Ella es dinámica y servicial, es apasionada de su labor educativa e implementa nuevas estrategias para intentar una mejora en el aprendizaje de sus alumnos.
   Pues bien, este día se levantó con una idea fija: hacer una recolección de ropa entre sus cencidos y familiares, pues en la escuela hay unos hermanitos, cuatro, que viven en una situación difícil en especial: la pareja de su madre está desempleada, igual que su progenitora y viven en la casa o, mejor dicho, en el cuarto que habita la madre del nuevo papá.
   A Citlali se le parte el alma al ver a los niños que, con frío o calor, siempre acuden con una playera vieja, que miran a sus compañeros  al comer en el recreo, como si con cada mirada engulleran también los bocados de los tacos o las tortas que ingieren.
   Citlali, cual experta recolectora, logró hacer un costal de ropa, varias chamarras, pantalones, playeras, pantalones de tallas que pueden utilizar niños de entre 6 y 12 años.  “Bien hecho”, pensó.
   Tomó el transporte público que siempre aborda para ir rumbo a la escuela; durante el trayecto, recibió palabras desagradables porque el bulto estorbaba el tránsito de los pasajeros, pero eso a ella no le importó, pues pensaba que los niños se sentirían felices al recibir el regalo.
   Desde que llegó al Plantel, la mujer expresó a sus compañeras su intención de hacer una buena obra: dar la oportunidad de calentarse a los alumnos que lo requieren.
   A eso de las 6:15pm, Citlali se dirigió al salón que ocupa el 4º. Grado y pidió permiso a la profesora para que saliera una de las alumnas que tendrían la suerte de mejorar su temperatura.  La niña salió, escuchó a la maestra expresarle que se sentía preocupada por su salud y la falta de abrigo, que le ofreció las prendas y, con una mirada  impersonal, fría como su cuerpo tapado apenas con una falda y una playera, le dijo:  “No los quiero”.
   Citlali no se amilanó, fue a buscar a los hermanos pequeños de la niña y les dijo:
--A ver, pruébate esta chamarra.
   Los niños se probaron una tras otra las chamarras, las escogieron diciendo:
--Esta es para mí.
   Citlali sonrió satisfecha.  Pero pensó que era preferible solicitar a la mamá de los niños desabrigados la posibilidad de regalarles ropa.  Cuál fue su sorpresa cuando, a la hora de salir de la jornada, apareció la mujer delgada y altiva, con una expresión de indignación y molestia, que le dijo:
--Tenemos mucha ropa, ya no sé dónde guardarla.  Pero no se preocupe, me la llevo.