sábado, 25 de diciembre de 2010

UN DÍA COMÚN EN LA CIUDAD DE MÉXICO.

Se levantó temprano, como siempre, para efectuar sus actividades de emocionante rutina.  A Ray le parecía que eso de hablar de rutina no era tedioso, él vivía la rutina como algo fascinante y enriquecedor.
   Todas las mañanas, el joven de 19 septiembres.
   Como el menor de la familia, Ray había crecido en medio de los mimos de sus padres y hermanos mayores, cuya diferencia de edades era de más de 10 años.  Así, Ray había llegado a un hogar maduro, en el que la tolerancia y comprensión predominaban.  Sus padres, personas maduras y protectoras, habían prodigado no sólo cuidados y educación, sino cariños, esperanzas, ilusiones y empatía.
   Ray es un atleta, su figura es delgada, su expresión tiene una mezcla de inocencia, felicidad, expectativa y voluntad.
   Ray salió a correr, recorrió varios kilómetros por el cerro, regresó a su casa y montó en su bicicleta y, tal como si estuviera alada, se desplazó con gran rapidez, sus piernas se movían con armoniosa velocidad sobre los pedales.
   Una vez concluido su entrenamiento, el joven entró en su casa, en ella estaban sus padres esperándolo.   Lupita se apresuró a preparar el desayuno que su hijo debía ingerir para mantener su buen estado de salud y su padre, satisfecho, observaba la manera en que había evolucionado su vástago.
   Pero Ray no solamente es atleta, también estudia porque los jóvenes deben intentar una vida integral, con actividades físicas que les permitan competir en lo que les agrada y también ejercitan sus capacidades cognitivas, así que está a punto de concluir el bachillerato que, por cuestiones de intereses personales, lleva a cabo en un sistema abierto.  Ray no solamente mantiene rutinas físicas de manera voluntaria, su disciplina se extiende hacia lo académico y, después de desayunar y arreglarse, se encierra en su estudio durante unas horas para estudiar.
   Por las tardes acude a asesorías con los profesores, ahí externa sus dudas, las disipa y en ocasiones, son origen de nuevas incógnitas, es que el conocimiento es tan vasto…
   Las noches en las que Ray regresa de su asesoría, Lupita y Marcos lo esperan cerca de la parada del camión, porque de otra manera, su hijo tendría que caminar por calles solitarias y ahora, oscuras.
   Este día, uno como tantos otros, ocurrió algo que rompió brutalmente con la rutina de Ray: al regreso de la escuela unos sujetos intoxicados se le acercaron, le dijeron cosas que él jamás había escuchado (él sí ha sido querido, porque él ha tenido la fortuna de crecer en un hogar en el que lo que predomina es el cariño) y de repente, un dolor en el brazo, en el estómago, en la cara, en la espalda…  Ese tipo de dolor nunca lo había experimentado pues solamente había sentido el que se origina por el ejercicio…
   Ray pedía que lo dejaran, les gritó que podían llevarse todo lo que tenía pero los monstruos no lo escuchaban, el lenguaje que conocían era sólo el de la violencia.  Entonces, Ray pensó: “si quieren llevarse todo, que se piensen que se llevan mi vida también”, cerró los ojos y destensó su cuerpo.
    Las bestias intoxicadas dejaron de golpear, guardaron las pertenencias del joven y se alejaron al tiempo que emitían carcajadas de triunfo.
    Sus padres se hallaban desconcertados, Ray no aparecía aún y se había retrasado ya treinta minutos, se preguntaban si el joven habría permanecido más tiempo en la escuela, ambos platicaban acerca de su hijo, de quien esperaban que llegar a ganar algún trofeo.  De repente, vieron una figura que, tambaleante, se acercaba al auto.
   Al ver que se trataba de Ray, la impresión, la impotencia, la preocupación los inundó y quisieron encontrar a los agresores, pero no encontraron la manera de hacerlo, sabían que la policía poco haría por ellos y que seguramente tendrían que llevar a cabo un trámite burocrático fatigoso y lo imperante era la preservación de la vida de Ray.
   ¿Hasta cuándo podremos sentirnos seguros en México?