Todas las mañanas, el joven de 19
septiembres.
Como el menor de la familia, Ray había
crecido en medio de los mimos de sus padres y hermanos mayores, cuya diferencia
de edades era de más de 10 años. Así,
Ray había llegado a un hogar maduro, en el que la tolerancia y comprensión
predominaban. Sus padres, personas maduras
y protectoras, habían prodigado no sólo cuidados y educación, sino cariños,
esperanzas, ilusiones y empatía.
Ray es un atleta, su figura es delgada, su
expresión tiene una mezcla de inocencia, felicidad, expectativa y voluntad.
Ray salió a correr, recorrió varios
kilómetros por el cerro, regresó a su casa y montó en su bicicleta y, tal como
si estuviera alada, se desplazó con gran rapidez, sus piernas se movían con
armoniosa velocidad sobre los pedales.
Una vez concluido su entrenamiento, el joven
entró en su casa, en ella estaban sus padres esperándolo. Lupita se apresuró a preparar el desayuno
que su hijo debía ingerir para mantener su buen estado de salud y su padre, satisfecho,
observaba la manera en que había evolucionado su vástago.
Pero Ray no solamente es atleta, también
estudia porque los jóvenes deben intentar una vida integral, con actividades
físicas que les permitan competir en lo que les agrada y también ejercitan sus
capacidades cognitivas, así que está a punto de concluir el bachillerato que,
por cuestiones de intereses personales, lleva a cabo en un sistema abierto. Ray no solamente mantiene rutinas físicas de
manera voluntaria, su disciplina se extiende hacia lo académico y, después de
desayunar y arreglarse, se encierra en su estudio durante unas horas para
estudiar.
Por las tardes acude a asesorías con los
profesores, ahí externa sus dudas, las disipa y en ocasiones, son origen de
nuevas incógnitas, es que el conocimiento es tan vasto…
Las noches en las que Ray regresa de su
asesoría, Lupita y Marcos lo esperan cerca de la parada del camión, porque de
otra manera, su hijo tendría que caminar por calles solitarias y ahora,
oscuras.
Este día, uno como tantos otros, ocurrió
algo que rompió brutalmente con la rutina de Ray: al regreso de la escuela unos
sujetos intoxicados se le acercaron, le dijeron cosas que él jamás había
escuchado (él sí ha sido querido, porque él ha tenido la fortuna de crecer en
un hogar en el que lo que predomina es el cariño) y de repente, un dolor en el
brazo, en el estómago, en la cara, en la espalda… Ese tipo de dolor nunca lo había
experimentado pues solamente había sentido el que se origina por el ejercicio…
Ray pedía que lo dejaran, les gritó que
podían llevarse todo lo que tenía pero los monstruos no lo escuchaban, el
lenguaje que conocían era sólo el de la violencia. Entonces, Ray pensó: “si quieren llevarse
todo, que se piensen que se llevan mi vida también”, cerró los ojos y destensó
su cuerpo.
Las bestias intoxicadas dejaron de golpear,
guardaron las pertenencias del joven y se alejaron al tiempo que emitían
carcajadas de triunfo.
Sus padres se hallaban desconcertados, Ray
no aparecía aún y se había retrasado ya treinta minutos, se preguntaban si el
joven habría permanecido más tiempo en la escuela, ambos platicaban acerca de
su hijo, de quien esperaban que llegar a ganar algún trofeo. De repente, vieron una figura que,
tambaleante, se acercaba al auto.
Al ver que se trataba de Ray, la impresión,
la impotencia, la preocupación los inundó y quisieron encontrar a los
agresores, pero no encontraron la manera de hacerlo, sabían que la policía poco
haría por ellos y que seguramente tendrían que llevar a cabo un trámite
burocrático fatigoso y lo imperante era la preservación de la vida de Ray.
¿Hasta cuándo podremos sentirnos seguros en
México?