lunes, 21 de marzo de 2011

REFLEXIONES

A mis 45 años, creí haber vivido, al igual que todos, buenos y malos momentos, pero hoy me siento especialmente triste.  Por la mañana, escuché las noticias mientras me preparaba para salir al trabajo, escuché acerca del pueblo japonés y el riesgo en que están aquéllos que no perecieron en la catástrofe.  Un embate nuclear debido a la ceguera, la terquedad de los países que, como Japón, tienen bases nucleares...
   Pensé que la vida transcurre en un suspiro, que los minutos los días, los meses y los años se nos van sin poder apreciarlos, que la juventud es una quimera y que muchos, muchos sujetos, la viven creando conflictos.

    Una vez en el trabajo, laboré como de costumbre, pero con una sensación terrible: el sentimiento de finitud.  
   Creo firmemente que la muerte es algo ansiado por muchos, pero no de la manera en que se dio en Japón para las víctimas del tsunami y del terremoto, que no es deseable para las personas que están en riesgo y, mucho menos, para aquéllos que no contribuyeron en lo que se podía controlar.  Me refiero a lo siguiente: contra los desastres naturales no se puede hacer nada, pero en lo que se refiere a lo que el hombre hace o destruye, eso sí se podía prevenir.  Hoy me siento, en especial, defraudada y desencantada del ser humano.