Un día como tantos en los que puede suceder
cualquier cosa, Rita se sentía abrumada,
debía terminar su trabajo administrativo y, además, concluir con un curso del
que estaba totalmente fascinada.
El desencanto por la corrupción vivida desde
hacía poco más de un mes, había casi desaparecido y no se podía decir que fuera
por algún hecho venturoso, sino por la terrible carga de documentos que debía
elaborar; no tenía tiempo de pensar en esas cosas.
Llegó por la tarde al trabajo, entró en el
aula que ocupan ella y su compañera Itzel, saludó e inició con el trabajo técnico-administrativo.
En el 2º. Grado de aquélla escuela hay un
niño simpático, moreno, antes aliñado y ahora, descuidado; el mismo niño que
ingresó a la escuela en septiembre y que fue un verdadero tormento para la
profesora y la escuela en general, pero eso fue solamente durante unos
meses. El pequeño Ángel se detuvo en el quicio del salón y preguntó,
muy formal:
--Hola, maestra.
¿Puedo pasar?
--Claro,
Ángel. ¿Cómo estás?
El niño ingresó y, con una expresión tierna,
saludó a las profesoras, las abrazó y contestó:
--Mmmm. Bien.
--Qué bueno,
Ángel. Ahora, ve a tu salón.
Las profesoras estuvieron escribiendo, no
sintieron pasar las horas cuando escucharon la chicharra, era hora del
recreo. Salieron, se ubicaron en un
sitio estratégico del patio y platicaron.
Al terminar el descanso para los niños y de nuevo en el aula, Rita recibió de nuevo la visita de Ángel, que
le preguntó con inquietud:
--Maestra, ¿a
usted le pagan para que nos quiera?
La pregunta llenó de sorpresa a Rita, que se
caracterizaba por ser cariñosa y apapachadora con todos los alumnos de la
escuela.
--Claro que no,
mi Ángel. Yo te quiero porque veo en ti
a un niño pequeño, inteligente y adorable.
--Pequeño,
no. Ya tengo 8 años.
--Pues para mí
sí, porque yo ya estoy viejita—dijo Rita con dulzura.
Este suceso conmovió a la profesora,
que no dejaba de pensar en el pequeño
Ángel y la inquietud fue acrecentándose
al paso de las horas: “Por qué me preguntó eso?
¿Acaso no se siente merecedor de afecto o alguien de su familia le dijo
que a mí me pagan para que sea afectuosa con los niños? Bueno, le preguntaré el lunes.”
Rita contaba las horas que faltaban para la
entrada a la escuela, le había vuelto a
nacer el inmenso amor a su profesión, ella pensaba que cada día era un
renacer, y ahora lo sentía con mayor fuerza. Cuando llegó el momento, fue por el niño a su
salón, pidió permiso a la profesora del
grupo para, primero, entrar, después saludó a todos los niños pero
estuvo pendiente que no se le fuera a ir el elegido, que también se acercó a
ella para saludarla.
Después, hizo una pregunta a la maestra:
--Maestra, le
permite salir a Ángel?
--Sí, cómo no.
--Gracias—respondió
Rita mientras tomaba la manecita de Ángel
Al llegar al aula de apoyo, Rita dijo con emoción:
--Ángel, me
dejaste intrigada por tu pregunta del viernes.
¿Alguien te ha dicho que a mí me pagan para que los quiera?
--A mí se me
ocurrió—fue la respuesta del niño.
--¿Acaso crees que no mereces que te quieran?
El menor levantó los hombros con una
expresión de tristeza. Entonces Rita, le
mostró una tacita graciosa, con un pato en el asa, le dijo:
--Pues como yo te
quiero mucho y sé que eres un niño adorable e inteligente, mira lo que te
compré. Para que bebas tu leche, atole o café.
Luego, hurgó en su bolso, sacó unas paletas
y una barrita de amaranto y le dijo:
--Esto también es
para ti.
La expresión de incredulidad de Ángel era
impactante, el niño no supo qué decir.
Entonces, Rita le dijo:
--Dame un abrazo,
Ángel. Recuerda que eres bueno e inteligente.
Ángel le dio un abrazo fuerte, al tiempo que
dijo “gracias”.
Ahora, vienen a mí los versos de Juan de
Dios Peza:
“Viéndolos jugar,
Me aflijo y
callo:
¿Cuál será en el
mundo su fortuna?
No dejéis esa
espada y esa cuna,
Cuando son de
verdad,
Matan el alma”