domingo, 26 de junio de 2011

CARIÑOS PARA UN ÁNGEL.

Un día como tantos en los que puede suceder cualquier cosa,  Rita se sentía abrumada, debía terminar su trabajo administrativo y, además, concluir con un curso del que estaba totalmente fascinada.
   El desencanto por la corrupción vivida desde hacía poco más de un mes, había casi desaparecido y no se podía decir que fuera por algún hecho venturoso, sino por la terrible carga de documentos que debía elaborar; no tenía tiempo de pensar en esas cosas.
   Llegó por la tarde al trabajo, entró en el aula que ocupan ella y su compañera Itzel, saludó e inició con el trabajo  técnico-administrativo.
   En el 2º. Grado de aquélla escuela hay un niño simpático, moreno, antes aliñado y ahora, descuidado; el mismo niño que ingresó a la escuela en septiembre y que fue un verdadero tormento para la profesora y la escuela en general, pero eso fue solamente durante unos meses.  El pequeño Ángel  se detuvo en el quicio del salón y preguntó, muy formal:
--Hola, maestra. ¿Puedo pasar?
--Claro, Ángel.  ¿Cómo estás?

Tomada de http://elrincondesore.wordpress.com

   El niño ingresó y, con una expresión tierna, saludó a las profesoras, las abrazó y contestó:

--Mmmm. Bien.
--Qué bueno, Ángel.  Ahora, ve a tu salón.

   Las profesoras estuvieron escribiendo, no sintieron pasar las horas cuando escucharon la chicharra, era hora del recreo.  Salieron, se ubicaron en un sitio estratégico del patio y platicaron.  Al terminar el descanso para los niños y de nuevo en el aula,  Rita recibió de nuevo la visita de Ángel, que le preguntó con inquietud:

--Maestra, ¿a usted le pagan para que  nos quiera?

   La pregunta llenó de sorpresa a Rita, que se caracterizaba por ser cariñosa y apapachadora con todos los alumnos de la escuela.
--Claro que no, mi Ángel.  Yo te quiero porque veo en ti a un niño pequeño, inteligente y adorable.
--Pequeño, no.  Ya tengo 8 años.
--Pues para mí sí, porque yo ya estoy viejita—dijo Rita con dulzura.

   Este suceso conmovió a la profesora, que  no dejaba de pensar en el pequeño Ángel y  la inquietud fue acrecentándose al paso de las horas: “Por qué me preguntó eso?  ¿Acaso no se siente merecedor de afecto o alguien de su familia le dijo que a mí me pagan para que sea afectuosa con los niños?  Bueno, le preguntaré el lunes.”

   Rita contaba las horas que faltaban para la entrada a la escuela, le había  vuelto a nacer el inmenso amor a su profesión, ella pensaba que cada día era un renacer,  y ahora lo sentía con mayor fuerza.  Cuando llegó el momento, fue por el niño a su salón, pidió permiso a la profesora del  grupo para, primero, entrar, después saludó a todos los niños pero estuvo pendiente que no se le fuera a ir el elegido, que también se acercó a ella para saludarla.
   Después, hizo una pregunta a la maestra:
--Maestra, le permite salir a Ángel?
   --Sí, cómo no.
--Gracias—respondió Rita mientras tomaba la manecita de Ángel

   Al llegar al aula de apoyo,  Rita dijo con emoción:
--Ángel, me dejaste intrigada por tu pregunta del viernes.  ¿Alguien te ha dicho que a mí me pagan para que los quiera?
--A mí se me ocurrió—fue  la respuesta del niño.
--¿Acaso  crees que no mereces que te quieran?
   El menor levantó los hombros con una expresión de tristeza.  Entonces Rita, le mostró una tacita graciosa, con un pato en el asa, le dijo:
--Pues como yo te quiero mucho y sé que eres un niño adorable e inteligente, mira lo que te compré.  Para que bebas  tu leche, atole o café.
   Luego, hurgó en su bolso, sacó unas paletas y una barrita de amaranto y le dijo:
--Esto también es para ti.

   La expresión de incredulidad de Ángel era impactante, el niño no supo qué decir.  Entonces, Rita le dijo:
--Dame un abrazo, Ángel.  Recuerda que  eres bueno e inteligente.
   Ángel le dio un abrazo fuerte, al tiempo que dijo “gracias”.
   Ahora, vienen a mí los versos de Juan de Dios Peza:
“Viéndolos jugar,
Me aflijo y callo:
¿Cuál será en el mundo su fortuna?
No dejéis esa espada y esa cuna,
Cuando son de verdad,
Matan el alma”