sábado, 2 de julio de 2011

ILIAN, UN ASESINO ADOLESCENTE.

La madre de Ilian se llama Soledad, se dedica a lavar ajeno y su preocupación máxima es que el muchacho tenga la posibilidad de “ser alguien” en la vida.  Esto lo había escuchado Ilian  en muchas ocasiones, mientras reía de lo que su mamá le decía  después de haber cometido una travesura.
 
   Soledad y Santos, padres del muchacho, debían trabajar a marchas forzadas, ella  terminaba con las manos arrugadas y rojas de tanto fregar en el lavadero y Santos, como peón de albañil, con la espalda y las manos destrozadas.  Ambos se habían unido hacía ya veinte años, toda una vida, en la que habían dado vida a cinco chiquillos.  Ilian ocupaba el tercer lugar en la  hilera de hijos.
   Desde pequeño, Ilian se distinguió, no por ser el mejor, ni el más serio, ni el más dedicado o atento, no, su distinción fue marcada por  su inquietud.  Al ingresar al kínder del mercado cercano a su casa,  Ilian comenzó a hacer de las suyas, pegaba a sus compañeritos cuando éstos no querían prestarle los materiales o cuando  rechazaban darle una probadita de lo que comían.
    Una vez en la primaria, Ilian molestaba a los demás,  se paraba sobre las mesas,  brincaba  de un banco a otro pisoteando  mochilas, cuadernos, rompiendo hojas, etc.  Era una verdadera calamidad, y también, para el niño era un castigo escuchar la voz de la maestra y el director diciéndole: “Te vamos a reportar con tu mamá” “No sé a qué vienes a la escuela”, “Eres muy latoso”, “Deberías aprender a tus hermanos mayores, ellos sí son buenos, no como tú”.   Al principio, Ilian se sentía triste cuando le decían eso, pero  se fue acostumbrando y había ocasiones en que no había  cometido conductas inadecuadas y no había sufrido ningún regaño, entonces él se sentía incompleto, era como si requiriera un gesto de desaprobación para estar bien.
   Ilian salió de la primaria, ingresó a la secundaria pero no pudo concluirla.  La razón es sencilla, el menor había cometido tantos atropellos durante su corta existencia, que el sistema educativo no era suficiente ni lograba satisfacer su necesidad de cometer tropelías.  Recordaba que había escupido a una profesora,  había iniciado un incendio en el laboratorio, había provocado un corto circuito, había  lastimado a un compañero con  y lo había dejado marcado del rostro y  había intentado abusar de una de las muchachitas  “más locas” de la escuela. 

   Ilian se había habituado al llanto se su madre, a los gritos, a las súplicas, a los regaños y a los golpes… nada de eso impedía que el muchacho pensara, elaborara planes y los ejecutara, para molestar a los demás.  Un buen día se dijo: “No tiene caso ir a la escuela, llevo reprobadas muchas materias y, además, no me gusta estudiar”.
    Así lo hizo, por la tarde, cuando llegó Soledad con las manos arrugadas, enrojecidas y doloridas, vio al muchacho en la calle con otros chicos y un balón.  Lo llamó, pero él no volteó para verla y solamente dijo: “¿Quihubo?”.

   Soledad entró al edificio, aún le quedaban cuatro pisos por subir; cada escalón  era un martirio para sus rodillas, la artritis que sufría y subir cada escalón era un verdadero martirio, “Ojalá que alguno de los muchachos llegue a ser alguien en la vida, para que no vivan en las condiciones que estamos, y me puedan pagar las medicinas”, pensaba.
   Mientras tanto, el gran futbolista, Ilian, recibió el pase de uno de sus  amigos y lo lanzó a la portería, en la que estaba otro listo para aventarse, pero el balón  fue más alto y entró en un establecimiento en el que había toda clase de cosas, desde  refrescos hasta lápices,  desde pan hasta  insecticidas.
--GOOOOOOOOOOL—gritó con fuerza Ilian mientras brincaba y hacía piruetas.
   De la tienda salió  Yadira,  dueña y vendedora del lugar, quien gritó con la cara desencajada por la ira:
-¡Órale, vagos, ya me rompieron los vasos de las veladoras!  Bola de vagos, váyanse a jugar a otro lado o mejor, pónganse a trabajar.
--Ya, señito. Fue sin querer.  Regrésenos el balón—dijo  uno  de los jugadores mientras Ilian observaba desde atrás.
--¡Qué balón ni qué nada!  A ver cómo le hacen para  tener otro, ya no les devuelvo la pelota—gritó Yadira y entró en la tienda.

   Los jóvenes quedaron molestos, dijeron  groserías y luego, entre ellos, comentaron:
--Ni modo.  No aguanta la ruca.  Vámonos a meter a la casa y ya veremos mañana.
--Sí—dijeron los otros, llenos de una emoción inexplicable.

    Ilian entró al edificio, recorrió los cuatro pisos con rapidez, subió de dos en dos los escalones que lo llevarían a su departamento,  una miniatura de casa con 48m cuadrados y en la que estaban ya sus hermanos y su mamá.  “Qué gacho, tendré que entrar”, pensó cuando se hallaba frente a la puerta.  Tocó el timbre y salió Kevin, un niño de diez años que, intentando hacer una broma, lo vio y cerró de nuevo:
--Ábreme, mugroso—dijo Ilian.
--Bueno pero, ¿a quién buscas?
--A ti, canijo.

   Luego, la mamá de Ilian preparaba la cena, tenía todo lo necesario: frijoles, queso, bolillos…pero faltaba el café.
--Ilian, ve por café—dijo la señora con voz  casi inaudible.
--¿Qué?—rezongó Ilian— ¿Por qué no le dices a Kevin o a Cristian?
--Porque ellos no se salen sin permiso, además, ¿por qué no fuiste a la escuela?
--Porque no me gusta.  Ya decidí que no voy a ir.
--¿Y qué piensas hacer?  Debes saber que para ser alguien en la vida hay que esforzarse.
--Pues no voy a regresar.  Bueno, dame el dinero y voy, con tal de que me dejes en paz.

   Soledad abrió su monedero y sacó unas monedas.  Ilian las tomó,  fue a la cocina, abrió un cajón, sacó algo y lo guardó en la bolsa de su pantalón:
--Ahorita vengo.
--Bueno, no te tardes.

   Ilian bajó la escalera, iba tan  concentrado en sus pensamientos que no vio a su papá, que llegaba de la obra:
--¿A dónde vas, hijo?—preguntó Santos.
--A la tienda, voy por café.

   Salió del edificio, cada vez se sentía más seguro, había tomado la decisión correcta.  Entró a la tienda, ahí estaba Yadira, con sus lentes  de fondo de botella,  despachaba a un cliente.  Entonces Ilian  intentó pasar inadvertido,  pretendía hacerse invisible para  ellos, volteó como si fuera a escoger algún producto hasta que escuchó  a Yadira decir al comprador:
--Gracias, vuelva pronto.

 Tomado de http://huelebien-txell.blogspot.com

   Entonces Ilian metió la mano en la bolsa derecha de su pantalón, sintió el frío en su mano y sacó el cuchillo.  No dijo palabra, no hubo recriminación,  no existieron reproches.  La mujer sintió que los lentes caían, que se desprendían de su rostro, así como también su vida.
 Ilian, que debía llegar a ser alguien en la vida, había conseguido  ser un asesino…