viernes, 11 de noviembre de 2011

RITA



   Desde hace algún tiempo había sentido la necesidad de explicarse lo que vivía, pero no se había dado el tiempo para hacerlo, tal vez por temor o  por rechazo.  Se rehusaba a ver hacia dentro de sí, de reconocerse a sí misma como persona carente de un sentido y eso que llevaba más de la mitad de su vida en esa condición.
   En su interior, ella sabía que no lo había aceptado aún y, suponía con dolor, que nunca llegaría el momento de asumirse serena y conforme.
   Cuando dejó de percibir formas y colores, cuando se obligó a utilizar el olfato y el tacto para reconocer objetos, cuando aprendió a escuchar con atención para llevar a su memoria las impresiones auditivas guardadas.   Sabía que no tenía derecho de preocupar a los suyos con su pesar que, a final de cuentas, no es tanto.  Sin embargo, le parecía que la vida que vive no es la de ella, que no le corresponde estar así, “tal vez he estado soñando largo tiempo, no creo que esta sea mi realidad”, “tal vez sea como me platicó mi hijo hace años, que quizá seamos un sueño de Dios”…
    Ese era el pensamiento casi obsesivo de Rita.