Este coraje me ahoga,
estoy enfurecida, ofendida, iracunda….
Solamente de imaginar la escena que me describieron aquellos chiquillos
es un acto reprobable y más, para mí, que soy la madre…
Mi historia es
sencilla, soy una mujer de 43 años que vive en feliz matrimonio desde hace más
de la mitad de mi edad. Creo que fue un
acierto el haber elegido a Daniel. Él es
un hombre bueno, quiere a sus cuatro mujeres, me refiero a mis tres hijas y a mí. Tan nos quiere que nunca nos ha faltado nada,
siempre ha hecho hasta lo imposible por darnos todo lo que necesitamos o
deseamos, incluso, hasta pequeños caprichos, como el día que nos llevó al
teatro a todas.
La fortuna quiso
de que de mis tres retoños, dos tuvieran características tan particulares que
se diferencian notablemente del resto de los niños. He vivido así desde hace 17 años, cuando
nació la segunda hija. Mi esposo y yo
somos fuertes, no nos hemos dejado vencer.
Sufrimos, como todos los padres, por
nuestras hijas, pero uno a otro nos damos aliento y el cariño que existe
entre nosotros es el detonante que nos da energía diariamente.
Como lo dije antes,
mis dos retoños, particulares y diferentes entre sí, me tienen agobiada de
trabajo, debo ir de una escuela a otra, de un pensamiento a otro, mi atención
se reparte entre las dos y mi amor, también, mi preocupación y mi deseo de que
lleguen a distinguirse cada vez más es enorme, indescriptible, infinito…
La semana pasada
inició mi calvario, de nuevo el dolor, la indignación, la sospecha, los malos
pensamientos, la amargura… Busco
salidas, apoyos, orientaciones, consejos, y las palabras que escucho me
conducen hacia la venganza, al odio, al resentimiento, a la destrucción…
Quisiera que el
mundo estuviera estructurado de otra manera, que las condiciones para calificar
a las personas fueran distintas, que una sonrisa, que el trato amable, que el
saludo cordial, que el intercambio de mensajes fuese siempre honorable, sobre
todo, por mis dos retoños.