sábado, 23 de enero de 2016

IMPOTENCIA



   Este coraje me ahoga, estoy enfurecida, ofendida, iracunda….  Solamente de imaginar la escena que me describieron aquellos chiquillos es un acto reprobable y más, para mí, que soy la madre…
    Mi historia es sencilla, soy una mujer de 43 años que vive en feliz matrimonio desde hace más de la mitad de mi edad.  Creo que fue un acierto el haber elegido a Daniel.  Él es un hombre bueno, quiere a sus cuatro mujeres, me refiero a mis tres hijas y a mí.  Tan nos quiere que nunca nos ha faltado nada, siempre ha hecho hasta lo imposible por darnos todo lo que necesitamos o deseamos, incluso, hasta pequeños caprichos, como el día que nos llevó al teatro a todas.
    La fortuna quiso de que de mis tres retoños, dos tuvieran características tan particulares que se diferencian notablemente del resto de los niños.  He vivido así desde hace 17 años, cuando nació la segunda hija.  Mi esposo y yo somos fuertes, no nos hemos dejado vencer.  Sufrimos, como todos los padres, por  nuestras hijas, pero uno a otro nos damos aliento y el cariño que existe entre nosotros es el detonante que nos da energía diariamente.
   Como lo dije antes, mis dos retoños, particulares y diferentes entre sí, me tienen agobiada de trabajo, debo ir de una escuela a otra, de un pensamiento a otro, mi atención se reparte entre las dos y mi amor, también, mi preocupación y mi deseo de que lleguen a distinguirse cada vez más es enorme, indescriptible, infinito…
   La semana pasada inició mi calvario, de nuevo el dolor, la indignación, la sospecha, los malos pensamientos, la amargura…  Busco salidas, apoyos, orientaciones, consejos, y las palabras que escucho me conducen hacia la venganza, al odio, al resentimiento, a la destrucción…

   Quisiera que el mundo estuviera estructurado de otra manera, que las condiciones para calificar a las personas fueran distintas, que una sonrisa, que el trato amable, que el saludo cordial, que el intercambio de mensajes fuese siempre honorable, sobre todo, por mis dos retoños.