lunes, 27 de mayo de 2024

DESCUARTIZADOR

 


 

   En agosto de 2023 escuché una noticia, habían sido localizadas algunas partes del cuerpo de Edwin Arrieta en Tailandia, asesinado y desmembrado por Daniel Sancho.  Debo confesar que me atraen ese tipo de noticias rojas, no sé si por morbo o por herencia, pues mi papá inició su carrera periodística en el género policiaco y durante su vida profesional, revisaba casos criminales históricos de los que escribía para una de sus colaboraciones, no recuerdo en qué revista, pero sí que tenía un par de páginas con diversos tipos de textos, me refiero a las temáticas, pues iban desde opiniones políticas, económicas, efemérides y las que hacían referencia a acciones desalmadas que, debido a la brutalidad y alcance, forman parte del sumario criminal del mundo.

   Del caso del asesinato y descuartizamiento del cirujano plástico Edwin Arrieta se trató, desde mi opinión, de una acción despiadada realizada por un sujeto desalmado, incapaz de trazar un plan positivo a futuro, con un egoísmo total que impidió observar que somos seres sociales y que, nos guste o no, debemos mantener contacto con otros.

    No pretendo ahondar sobre el caso pues es tan escalofriante que rebaza mi capacidad de comprensión.  La última vez que escribí sobre un caso real en el que mencioné a los participantes fue en abril de 2010, cuando Paulette Gevara Farah fue encontrada muerta y sus padres, liberados de cualquier sospecha, acto que me pareció incorrecto pues concluí que había influencias y dinero de por medio.

   En este caso, el del doctor Arrieta, encuentro que el impacto que reviste el asesinato y posterior desmembramiento obedece a la fama del padre del perpetrador en España.  Rodolfo Sancho es un actor de cierta relevancia en aquel país.

   La madre de Daniel Sancho, Silvia Bronchalo también es víctima de las acciones monstruosas del asesino.  Lo voy a explicar porque, considero, las primeras víctimas fueron Edwin y su familia; la segunda es la madre del asesino, pues sé que una madre nunca espera que su descendencia, el hijo a quien ha dado atención, cuidados y apoyos, sea capaz de algo tan atroz.

   Yo soy madre despojada.  Cuando mi hijo falleció, yo no vivía y tardé casi dos años en estabilizar mis ánimos, en recobrar cierto gusto por la vida con el apoyo de la tanatóloga, mi familia, mi compañero y mis amistades.

   Recuerdo que en una sesión, la psicóloga me hizo la siguiente pregunta: “Qué hubiera sido peor que el fallecimiento de tu hijo?”.  Tras reflexionar un poco, dije: “Que desapareciera, que lo torturaran o que hubiese sido un asesino”.

   De ahí que considere que la madre del descuartizador esté sufriendo un dolor infinito porque está en la lucha interna, entre el amor y la repulsión, entre el deseo de protección hacia su hijo y el desprecio hacia los actos realizados por él.

    Cuando trabajé en el Centro de Atención Múltiple, mi compañero me dijo, en relación con las madres de niños con discapacidad y a los padres ausentes, que la problemática emocional en la que viven sumergidas esas familias es inmensa, que cuando un hijo nace, los padres los conciben como una extensión de sí mismos y al corroborar que hay dificultades en el desarrollo de sus vástagos, el dolor y el agobio es muy grande.

   El vacío que experimenta la familia de Edwin y de Silvia Bronchalo debe ser inmensa.  Los primeros, que han recuperado partes del cuerpo de su amado hijo, deben estar muy dolidos pues no sólo es la partida del ser querido, sino la posesión de fragmentos tan sólo lo que pueden tener en una tumba o en una urna y Silvia Bronchalo, porque no se puede reconocer en su impío hijo.