La familia de Aurora estaba
conformada por sus papás y un pequeño hermano, de 3 años. Aurora se
sentía muy feliz porque a su corta edad no alcanzaba a dimensionar el problema
que padecía el pequeño Fernando: había nacido con el Síndrome de Edwards,
que se caracteriza, en lo físico, por una apariencia poco convencional, sus
orejas estaban más bajas y su apariencia era la de un duendecillo, incrementado
por una deficiencia mental.
Los padres reñían constantemente,
pero lo hacían alejados de sus vástagos. El motivo, cualquier cosa, porque
lo que subyacía en las disputas era un reproche velado, un sentimiento de
insatisfacción y una culpa que se adjudicaban a sí mismos y al otro.
Aurora, que tenía 8 años, cursaba el
3o. grado en una escuela primaria privada, cosa que le provocaba orgullo
cuando jugaba con sus amigos pues eso hecho denotaba mayor poder
adquisitivo. Ocasionalmente, Aurora invitaba a jugar a Fernanda, porque
ella se aburría ante la torpeza de los movimientos y la falta de comprensión de
instrucciones, además de la salivación excesiva que secretaba la boca de su
hermano.
Un día de primavera, cuando los días son
más largos, las aves trinan y las plantas florecen, Aurora salió a jugar con
sus amigos, todos corrían llenos de energía y se escondían unos de otros.
Mientras, su padre llegó a la casa y
observó a su mujer que, desaliñada, regañaba a Fernando por haber tirado la
comida. Juan, el padre, saludó y guardó silencio, no haría un pleito
frente al niño. Platicaron acerca de la mañana de trabajo, lo rutinario
de la vida laboral, lo frío del trato con los demás, cuando, de repente,
recordó que estaban invitados a una reunión con los compañeros del
trabajo.
--Hace tiempo que no salimos a ningún lado, somos
como ostras--dijo--Creo que deberíamos ir.
--Como quieras--contestó Lorena-- solamente
que no sé qué es lo que vamos a hacer con Fernando...agregó mientras lanzaba
una mirada al menor que jugueteabo con los restos de la comida.
--Pues lo llevamos y ya. Solamente debeos
estar muy atentos para que no se vaya a lastimar--replicó Juan.
Cuando llegó el día de la reunión,
ambos se levantaron muy temprano, ordenaron la casa e iniciaron con la
preparación de la ropa y los accesorios para cada uno de los integrantes de la
familia. Juan, de mezclilla, lucía "casual", Lorena vestía
un vestido vaporoso con el que se sentía a gusto, al tiempo que se veía
atrevida; Aurora llevaría un coordinado con pantalón pescador para que pudiese
brincar, correr y esconderse a su antojo y, por último, Fernando llevaba un
pantalón de mezclilla y una playerita de color naranja y una cachucha del mismo
color.
Una vez en la reunión,
todos se quedaron asombrados: era una casa grande, la estancia estaba
adornada con jarrones y ranas de todos tamaños y de diferentes materiales,
un jardín extenso, como de 100metros cuadrados, en los que corrían y gritaban varios
niños, hijos de los compañeros. De inmediato, Aurora se sumó al ir y
venir de los demás infantes.
Los compañeros y sus parejas, todos, se
arremolinaron en el patio, frente al asador, para preparar primero, y comer
después, unas deliciosas carnes asadas c.
Lorena no se lograba integrar en las
pláticas, pues debía estar al pendiente de Fernando, quien jugaba con una
pelota. Cuando se tocó el tema de la moda, Lorena, que se preciaba de ser
conocedora del tema, robó la palabra y las demás mujeres la escuchaban con toda
atención, le hacían preguntas, comentarios o asentían lo expresado por ella.
De repente, recordó la causa por la
que había abandonado el trabajo y su vida social: Fernando. Se levantó súbitamente
y se dirigió al lugar donde lo había dejado ahí estaba él, en medio de pedazos
de cristalería, de cerámica y de porcelana.
--¿Qué hiciste, Fernando?--gritó.
--Ra-na, ra-na--respondió el niño que,
increíblemente, estaba ileso.
Ella se apresuró a recoger los
pedazos de vidrio y cerámica, y sintió como si encada uno de ellos, recogiera
pedazos de su corazón y su alegría para después tirar todo, vidrio y alegría, a
la basura.
Los amigos de la familia dijeron que
no tanía importancia y que, además, las ranas ya les habían fastidiado,
que incluso, habían pensado en renovar los adornos que, por cierto, serían
búhos. Los señores continuaron sintiéndose incómodos y decidieron que
sería mejor irse.
No hubo una palabra en el
trayecto de regreso. Silencio. Solamente se escuchaba a Aurora
preguntar la causa por la que habían regresado, si ya se había solucionado el
accidente y los dueños habían afirmado que no había problema; también se
escuchaba la voz de Fernando que exigía que le cambiasen la playera porque
estaba mojada.
Ingresaron en la casa, modesta y sin
artefactos que pudiesen constituir algún peligro para el niño. Lorena
indicó a Aurora que debía descansar puesto que al día siguiente iría a la
escuela. Levantó en brazos a Fernando y lo llevó a otra habitación, le
cambió la playera y le dio un beso.
Ya en el comedor, intentando
relajarse y comentar con su esposo acerca de la experiencia social del día, se
enfrentó a un gesto de reproche.
--¿Cómo es posible que hayas dejado a Fernando
solo? ¿Qué tenías que hacer con todas esas mujeres? ¿Caso no es tu
hijo? Perra.
--Mira, Juan, es tan mío como tuyo y si a esas vamos,
era más tu obligación porque el niño es hombre.
--A mí no me vengas con ideas sexistas, idiota.
--Si el niño está como está es por tu culpa,
borracho--gritó la mujer al tiempo que abandonaba el comedor.
Lorena, con la mente alterada,
sintiendo que la frustración, el coraje, la indignación, el rencor, el odio, la
compasión, la piedad y muchos sentimientos más, se sintió confundida y se
dirigió a la recámara donde yacía Fernando, que dormía y tal vez soñaba con
las ranas que había visto y manipulado durante la tarde.
Lo miró, sintió que le hervía la
sangre, tomó una almohada y la puso sobre la cara del niño y se sentó
sobre su cuerpecito. Silencio. Así permaneció alrededor de 30
minutos, pensando acerca de su infortunio, de lo que habría sido su vida sin el
menor y se dijo:
--Aún es tiempo.
Al día siguiente, Juan se levantó
para ir a trabajar y encontró a su mujer, Lorena, arreglada como para salir.
--¿A dónde vas?
--¿A buscar trabajo?..respondió Lorena.
--¿y FERNANDO?
--Ya no está aquí.
Juan, sospechando algo terrible, se
dirigió a la recámara del menor y ahí lo vio, tendido, como si
durmiera. Lo abrazó y se percató de que el cuerpo estaba frío.
Entonces, salió de la habitación y gritó:
--Loca, loca, loca asesina.
Los policías llegaron y aprehendieron
a la mujer.
Juan y Aurora, padre e hija, viven
ahora con los padres de él.
Nota. Cualquier parecido con la realidad es
mera casualidad.